Andamos con la mierda hasta el cuello, por eso caminamos con la cara en alto: reseña de Casi el paraíso

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Comenzamos con una nota personal: es difícil encontrar a una tocaya en la ficción. Concepción—o “Concha”—es un nombre pasado de moda, poca no fue mi sorpresa cuando vi que el personaje de Esmeralda Pimentel en Casi el paraíso se llama igual que yo. ¿Será que con el estreno de la cinta las Concepciones nos volvamos a poner en boga?

Lo dudo seriamente. Casi el paraíso (Edgar San Juan, México, 2024) no es la película que quieres estrena en el puente del 16 de septiembre. No es la cinta que se va a llevar los taquillazos y será comentada ad nauseam. No, no creo que las Conchas nos volveremos populares porque dudo mucho que el público siquiera repare en el nombre de un personaje que más bien conocemos como Frida Becker.

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No vomitaré spoilers, no hacen falta. La trama carece de sorpresas: nos movemos entre flashbacks. Amedeo Padula (el actor italiano Andrea Arcangeli, un iceberg, tengo tenis más expresivos), hijo de una prostituta en una vecindad miserable en Bari. Corte a: un tal Ugo Conti es el objeto del deseo de una gringa avejentada, una tal Liz Avrell (interpretada por Katie Barberi), para la que es hijo putativo y verga enhiesta para cualquier ocasión (no seré cruel con Liz: está enamorada y cree que Conti le corresponde. La charada se acaba, claro, cuando los hijos millonarios de Liz dejan de pasarle la pensión). No cuesta mucho unir los puntos: Amedeo es el niño que se convertirá de adulto en el conde Ugo Conti. El trayecto entre ambos vértices debe ser lo sabroso.

Oportunidad perdida

¿Lo es? Es la gran oportunidad perdida del guion escrito por e propio director en colaboración con Hipatia Argüero. Tenemos a este granuja que enamora prositutas, medio tonto, medio guapo (si le queremos ser fieles a la novela original, debería ser MUY guapo, con esa inevitable belleza que invita a hacer cosas terribles). ¿Nos convence la explicación que la cinta nos da para su elevación al olimpo? Me parece que no, y eso que en esos glimpses al pasado tenemos a Maurizio Lombardi, actor de carácter de la vieja guardia. Lombardi interpreta aquí el rol del conde Francesco de Astis, mentor de Conti. Una verdadera lástima que el conde Astis sea un personaje de usar y tirar, en la novela es absurdamente seductor.

La pregunta prevalece: ¿cómo se parte de un tipo vulgar a un playboy que pondrá en jaque a la clase política mexicana y su jet set?

Un estafador en la era del celular

“Jet set”, vaya término obsoleto para hablar de la alta burguesía, pero queda bien en este contexto. Casi el paraíso, la novela original de Luis Spota, transcurre en los años cincuenta, el México posrevolucionario, típico río revuelto que es ganancia de canallas y culeros. Ese jet set era perfecto para que un vividor como Ugo Conti viniera a robarles el corazón y sobre todo la chequera. La cinta traslada la acción a la época actual, con celulares, likes, publirrelacionistas y cuentas de Instagram. ¿Podría hoy en día sobrevivir un con artist como Ugo Conti/Amedeo Padula?

Suena difícil, pero estoy dispuesta a creer (y cuando ese trato se cierra es difícil de romper: una vez que escogemos creer, creeremos hasta que nos rompan el corazón). Existen hoy en día historias curiosas de personas que, internet de por medio, han sido desenmascaradas después de armar tinglados espectaculares con su identidad: desde el caso de la académica blanca que clamaba ser por afroamericana e incluso fue parte de un prestigioso departamento de estudios afrodescendientes, hasta el asunto todavía más extraño y aberrante de Tania Head, una mujer que durante dos décadas se hizo pasar por sobreviviente del 9/11 y hasta fundó grupos de apoyo y toda la cosa. Creo que un engaño como el de Ugo Conti podría prosperar el tiempo suficiente para tomar el dinero y correr.

Retrato tibio

He hablado del guion. No es malo, tiene su encanto, pero creo que su verdadero error es su retrato tibio de la clase política nuestra; apenas la toca con el pétalo de una margarita. Miguel Rodarte es el epicentro actoral de la cinta. Rodarte interpreta con tino a Alonso Rondia, secretario de obras públicas que anda en pos de la gubernatura de Oaxaca. Piensa tener de su parte al presidente.

El problema es que las relaciones públicas no son lo suyo, nadie lo conoce, no tiene el abrazo popular. Rondia no es simpático, pero es chistoso a su pesar: tiene en su biblioteca un juego de copas que pertenecieron al zar Nicolai Romanov. “Nunca las estrenó”, anuncia orgulloso el secretario Rondia. Eso es vivir de gloria prestada. Una gloria bastante chafa, dicho todo.

En México estamos acostumbrados a pensar que nuestros políticos andan con la mierda hasta el cuello. Alonso Rondia no sólo camina entre mierda: se revuelca en ella, se la come, él mismo es mierda. La existencia de personajes en nuestra política como Félix Salgado Macedonio o Miguel Ángel Yunes desmuestra que en este excusado nuestro las cacas grandes flotan. Ese no es el problema de Rondia, su asunto es que no es simpático ni atractivo. Sí, andamos con la mierda al cuello: caminemos con la frente en alto.

Mariachis, tequila y malinchismo

Y ahí entran en escena Frida Becker y Teresa Rondia (Karol Sevilla hace bien de niña boba), publirrelacionista e hija del secretario respectivamente. Teresa se encuentra a Ugo en Acapulco y lo invita—plis plis— a su fiesta de cumpleaños. Cuando Rondia padre se entera que su hija es amiga-quizá-otra-cosa de un noble, ve un filón de oro… Frida ya le sabe algo a Conti, pero de todos modos propone sacarle jugo a la llegada de ese ángel aristócrata a una Decente Gran Familia Mexicana. Mariachis, tequila y malinchismo: como le dice Frida a Ugo, en México si eres blanco y extranjero te trataremos como mejor que como nos tratamos entre nosotros.

Lo mejor de la cinta es su final. Ahí donde Spota aventuró un futuro nómada para Conti, el director y la guionista crean una verdadera tragedia para el falso conde.

Casi el paraíso no es una mala película, es correcta, pero no tiene dientes, no apasiona, ni hace reír. Su trama se queda en mera anécdota. Carece de algo que es obligatorio para toda ficción: crear la ilusión de que algo vital está en juego; que del destino de los personajes pende de alguna manera nuestra propia fortuna.