Casi el paraíso: de sinvergüenzas, ladrones y un encantador de serpientes

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En la oscura noche del alma varias cosas ocurren: las prostitutas se arremangan las faldas, dispuestas a recibir al próximo tizón encendido que quiere entrar en ellas. Los ladrones se hacen ricos para luego embrutecerse y perderlo todo de nuevo. Y, sobre todo, los pícaros se hacen promesas a sí mismos.

En la oscura noche de su alma, Amadeo Pádula se hizo una promesa: que nunca, bajo ninguna condición, iba a dejar que su pasado lo atrapara. Nunca dejaría que su destino lo asfixiara como a los hijos de puta como él, que tienen que esperar afuera de sus casuchas a que la madre termine con el enésimo cliente de la madrugada.

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Exterior, cárcel napolitana, noche. Amadeo, gandul y guaperas de cuarta, está cumpliendo la inercia de los de su clase. A los que nacen como él, rodeados de desgracia, sólo les queda perder siempre. ¿O no? 

“Con los pantalones abajo todos los hombres somos lo mismo”, le dice un extraño con el que comparte celda. Un hombre distinguido, con ropa cara y oloroso a vetiver y champagne. Mea alegremente y le dispensa consejos porque sí a un Amadeo cauto, listo para romperle el cuello y robarle a este extraño que, Amadeo no lo sabe todavía, será el pivote de para encontrarse con su verdadero destino. Un conde orinando en el mingitorio de al lado no puede ser sino un presagio. Amadeo, roca sin pulir, le espera una temporada en el candil y el condecillo orinante se da cuenta del potencial de este muchachito vulgar pero deslumbrantemente bello.

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Y ese es el inicio de la picaresca de Ugo Conti, aristócrata irresistible, hermoso gigoló y perfecto hijo de puta. Bienvenidos a Casi el paraíso, novela sin igual de Luis Spota.

 

Malinchismo: deporte nacional

Sí, de la cintura para abajo hombres y mujeres somos lo mismo. Nos mueven las pasiones más básicas: cagar y coger. Después viene lo siguiente: no permitir que el vecino tenga más que uno mismo, que la vida está hecha según una ley de la selva que ni siquiera las capas de blanqueamiento y billetes pueden dispensar. De esas bajas necesidades pasionales Amadeo Pádula/Ugo Conti sabrá sacar provecho.

En ningún lugar pegaría mejor la estrategia del falso conde Conti que en el México posrevolucionario, en el que los canallas que entraron en calzones a la bola salieron cargados de botín, la nueva clase mandona. Y a esos millonarios nuevos les urgía blanquearse, tener un prestigio prestado—cuando no robado—que bien se podía obtener casando a las hijas con millonarios gringos, potentados supervivientes del porfiriato o, si se da la oportunidad, cómo no, con miembros de la realeza europea, ricos o pobres, pero blancos.

Ahí Conti leyó su oportunidad en ese deporte nacional que hemos llamado malinchismo. Porque México, surrealista a madres, (o quizá no tanto: México fue laboratorio americano de cómo gobernar con desplantes dictatoriales sin que nadie se escandalice de verdad; una realidad muy de las democracias latinoamericanas nacientes hace setenta, ochenta años) es casi el paraíso de los sinvergüenzas.

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Pero ya, sin más derroche lírico mamón, he de decir que Casi el paraíso es una de las novelas claves mexicanas en un siglo XX lleno de gran literatura mexicana. A Luis Spota, que se le acababa la vida y murió en plena madurez, escribió contrarreloj. Sus novelas son de calidad variada—quien cocina tanto no siempre puede asegurar la buena sazón del guiso—, pero casi todas fueron bestsellers. 

Se viene el estreno de la adaptación a la pantalla de Casi el paraíso; película que transporta la andanzas de Conti a nuestra época. No espero nada, pero tampoco espero poco. El tráiler no se ve mal, pero tampoco es como para enloquecer. Parece otra cinta rodada en ese síndrome de comercial noventero del que tanto padecen nuestros cineastas, pero el reparto estelar con Esmeralda Pimentel y Miguel Rodarte, y los juveniles Karol Sevilla y Andrea Arcangeli (en el papel de Conti) no se ven tan pior. Veremos.

Regresemos al librero. Afirmo de modo poco audaz que Casi el paraíso es la mejor novela de Spota. Con ella pintó el lienzo de su época. A los lectores les encantó la novela, a la crítica no tanto. Miopes y envidiosos, los comentaristas de los salones y saraos literarios acusaban a Spota de mediocre ratero y plagiario de la nota roja. Muy periodista, decían, demasiado “verdadero” para ser literario. A lo que Spota respondió con novelas, una tras otra, de una buena factura que sí, hacían de la realidad su festín. 

A Spota lo leían en las casas de la clase media. Casas como la de mi padre (O, for that matter, la de nuestra familia entera), en la que las novelas de Spota entraba porque era fácil de leer y daba cierto caché de ser un lectorcillo informado. 

De adolescente, mi padre se topó con la literatura spotiana por una razón de lo más sincera: Luis Spota fue el primer comisionado del Consejo Mundial de Boxeo y a mi papá, lector fiel del Esto y Box y lucha, pocas cosan le interesaban más que los deportes. ¿Cómo ese señor, le intrigaba, con cara de nerd y muy “escrebido y leido” iba a ser el que juzgara la legitimidad de dos hombres dándose bofetones en un ring? No, no, ahí había algo que no cuadraba. Qué mejor manera de desenmascarar al fraudulento Spota que leyendo sus ñoñadas. 

Por eso llegó a sus manos, las de mi papá, Casi el paraíso. Nació una idolatría: ese chamaco del barrio duro de Santa Julia que fue mi padre se sintió identificado con Amadeo Padula y su salida de la pobreza a base de puro ingenio y picardía. El truco de Pádula fue engañar a millonarios estúpidos con el título perfectamente pirata del príncipe Conti. El truco de mi padre fue otro título, el de abogado. Dos tipos diferentes de granujas.

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Cuando tomé Casi el paraíso del librero “de los adultos” donde mis padres ponían (y siguen poniendo) todos los libros inadecuados para la plena decencia de los hijos, no esperaba más que un libro morboso. Era una mocosa llena de morbo. Buscaba en la pornografía escondida de mis hermanos un entendimiento del mundo. Encontraba nada, sólo más misterio, puras pijas y panochas que no decían nada (aparte de cierta repulsión, mención especial merecen en ese renglón las Hustlers de mi hermano mayor). 

Agarré Casi el paraíso porque la contraportada prometía “picardía” y eso a mí me sonó tremendo. ¿No era picardía la palabra que usaban los adultos para referirse al sexo? Huh. Nada, que aquí hay algo que leer.

Así como mi padre se encontró a sí mismo en las aventuras de Pádula/Conti, con Casi el paraíso digo sin melodramas que encontré, mi circunstancia, mi forma de escribir. Cuando Spota escribe que alguien “orina largamente” o que una de las víctimas de Conti, una rica heredera mexicana, tiene “la nariz goteante de moco”—un eufemismo para decir que era bien cocainómana—, yo encontré una forma de crear escenas. No me cuentes, muéstrame. Spota era un maestro de esa conseja. 

Con Spota me hice lectora del mundo adulto, con los libros del comisionado boxeador me hice estudiante de ciencia política (la forma de la ciencia ficción en la que Spota era máster) y a la larga, periodista. Leí todo lo que de Spota que había en el librero paterno: Más cornadas da el hambre, Sangre enemiga, La sonrisa del gato, toda la serie La costumbre del poder—¿no era Spota un genio para titular sus novelas?—pero me mantenía, me mantengo aún, regresando a Casi el paraíso.¿La región más transparente es la novela definitiva de la nueva clase burguesa que salió triunfante de la Revolución? Bobadas. Quien no ha leído a Spota frente al mujerujo (María Félix dixit) de Carlos Fuentes se hinca.

Yo a Casi el paraíso la pongo al mismo ras que a Pedro Páramo… Exagero pero poco: la novela de Rulfo es lírica, chistosa a su modo; la de Spota es directamente satírica y cachonda. De una prosa económica y precisa ambas. Retratos a plumilla del México del siglo pasado. (Supongo que la adaptación a cine espera demostrar que ese México no ha perdido vigencia; la misma mierda pero con celulares y likes en Instagram).

A Casi el paraíso lo único que le faltaba era convertirla en una serie de televisión, telenovela o, gasp, una película mexicana. ¿Será que la adaptación le hará honores a la gran novela, será que consiga despegarse lo suficiente para consiga ser una obra que se mantiene en pie por sí misma? A ver. Por lo pronto yo me voy a asomar al cine este 12 de septiembre cuando la estrenen. Siempre es divertido ver cómo les toman el pelo a los poderosos mexicanos nuestros, aunque sea en una mala película.