El estreno en 2018 de Cobra Kai a través de YouTube Red, fue probablemente el más grande intento del gigante de los videos en internet para relanzar su plataforma de producciones originales. Aunque la recepción de la crítica y de quienes gustamos de la franquicia de Karate Kid fue muy buena, la serie no logró cargar sobre sus hombros el deseado éxito de YouTube Red y, aunque tocó corazones, su popularidad fue relativamente baja.
Frente al naufragio de YouTube Red la noticia de que Netflix compraba la franquicia de Cobra Kai no sólo rescató la serie sino que al llegar a su nueva casa, la popularidad de la misma se disparó enormemente.
Ya en Netflix, Cobra Kai cautivó a una multitud de nuevos seguidores, tanto amantes de la nostalgia que ya peinan canas y comparten edad con Daniel Larusso, como a nuevas generaciones que vieron por primera vez Karate Kid, gracias a esta nueva saga.
Las dos primeras temporadas
El encanto de la primer temporada fue el reencuentro de Daniel y Johnny así como la exploración de lo sucedido cuando eran adolescentes desde la perspectiva de cada uno de ellos: lo que en los ochenta parecía contado en el blanco y negro, buenos o malos, estaba matizado por una infinita gama de colores.
Esto dio entrada a un elenco nuevo de jóvenes que encontraron en el karate (y en la nostalgia de los adultos) una forma de construir identidad, amistad, hacer ejercicio, enfrentar el bullying, y desde luego, repartir trancazos en la vuelta al famoso torneo que consagró la película original.
La temporada dos mantuvo parte de ese encanto, pero si en la primera se había trazado que el bien y el mal es un espectro que depende siempre del punto de vista desde el cual mires, en la segunda entrega la llegada de John Kreese como un villano caricaturesco, hace perder un poco del rumbo de la serie terminando con una apoteósica e improbable pelea campal en el bachillerato, con patadas coreografiadas al estilo de comedias de Jackie Chan.
La serie, sin embargo, se mantiene divertida, logra conservar la ruta de la nostalgia y la química con los personajes jóvenes.
La tercera temporada
La temporada tres tiene muchísimo más del estilo narrativo de la segunda entrega que de la primera. Adelantado su estreno al primero de enero, quizá como para compensar un poco la salida de catálogo de cierta serie muy famosa en el mercado latino. Eso o simplemente Netflix se apegó al principio de “pega primero, pega fuerte, sin piedad”. Fue una especie de regalo para después de habernos comido la doceava uva con la que despedimos al terrible 2020.
La tercera temporada tiene claroscuros. El final de la segunda temporada provocó una hecatombe tan desproporcionada que todos los elementos quedaron dispersos, era necesario reunirlos y volver a ponerlos en un camino común. Tratar de arreglar ese desastre provoca que los primeros capítulos caminen por la ruta del aburrimiento. Superado ese reto, la serie comienza a tener ciertos momentos rescatables.
LO BUENO
Quizá uno de los mejores ingredientes de Cobra Kai es su buen manejo de la nostalgia. Sin volverla cliché ni desesperados anclajes en el pasado, mantiene tramas, hilos e “easter eggs” con la saga original de Karate Kid.
En la tercera entrega eso lo hacen con solvencia. El trailer adelantaba un posible regreso de los personajes de Okinawa, aparecidos en la mala secuela, Karate Kid 2. A decir verdad, a algunas personas, incluyéndome, eso lejos de emocionarnos, provocaba dudas, sin embargo entran de una manera tan orgánica y su participación resulta tan amena, que te roban más de una sonrisa nostálgica, incluyendo algún “deus ex machina” que al final resulta tolerable.
Evitando spoilers: conforme va avanzando la historia, elementos de la saga original van sumándose a los capítulos dejando un buen sabor de boca que se complementa muy bien con el sentido del humor que mantienen los personajes de Ralph Macchio y William Zabka. Gracias a ellos y a las sorpresas, la serie se defiende.
LO MALO
Kreese, en la piel de Mratin Krove, se convierte en un villano absurdo, por más que tratan de explicar, con innecesarios flashbacks, cómo es que Kreese se volvió el villano reventón, no se sostiene la idea de un malo que es malo sólo porque sí. Que se hace de un dojo de un modo, cuando menos cuestionable y, en medio de un escándalo como el que cierra la segunda temporada, sigue promoviendo la violencia entre sus alumnos. Llega un punto en el que esperarías que le preguntara a sus pupilos: “¿Saben qué vamos a hacer esta noche Pinkys?”.
El problema de una maldad tan sin sentido es que llega al punto de no ser explicable y dejar agujeros insostenibles en la trama. En la ficción todo se vale, pero la obra debe construirse alrededor de reglas que, si no se cumplen, el conjunto pierde sentido. Cobra Kai sucede en lo que se supone ser el mundo real, donde existen leyes que protegen la vida, la integridad, la propiedad privada. En la serie hay personajes que, deliberadamente, rompen con esa legalidad. Lesionan, irrumpen, roban; sin embargo, en vez de que los personajes adultos solucionen el asunto con una llamada a la policía, se mantienen en la construcción de soluciones vía coreografías de karate, incluida una cascarita de futbol soccer ninja, con más patadas voladoras que un capítulo de súper campeones con toques de Caballeros del Zodiaco.
LO FEO
Uno de los mejores elementos de la temporada 1 es la química entre el elenco joven. Más allá del karate, es la historia donde chico conoce chica, se enamoran, se confrontan y atraviesan por un triángulo de corazones parecido al de la primera entrega en la saga original, pero en un mundo, perspectivas y senseis distintos. Era la historia de un romance, donde el karate era un deporte que se dirimía principalmente en un torneo.
Las secuelas del desquiciado (pero divertido) final de la segunda temporada, no hacen sino romper con el rapport y la trama del elenco juvenil. En principio porque comienzan desde puntos tan dispersos que no tienen asidera y resultan tan poco creíbles que navegan por el absurdo en un esfuerzo por ponerle a karatazos adrenalina innecesaria a los capítulos.
Cobra Kai, Never Dies
No importa si es menos buena que la primera temporada. No importa si no mantiene la calidad argumental ni el espíritu que nos enamoró en 2018, Cobra Kai sigue siendo divertida, algo bueno para hacer en esta temporada de encierro pandémico y termina con la promesa de una cuarta temporada que, ahora sí completamente en manos de Netflix, puede ser alentadora o aterradora, depende del camino que sus creadores decidan tomar, o deciden volver al cuento simple de jóvenes que se enamoran mientras hacen deporte o ya de plano que los vistan de Power Rangers y sigan volando patadas absurdas.