Crítica: Fast & Furious Presents: Hobbs & Shaw

En el trailer de Rápidos y Furiosos: Hobbs y Shaw (USA, 2019), la película hace una promesa: olvídense de toda la solemnidad presente en la saga de Rápidos y Furiosos, en este episodio únicamente habrá acción, humor y mucha testosterona a cargo de la (estúpida) rivalidad entre Hobbs y Shaw.

El problema es que la película cumple esa promesa a medias: inicia como una muy divertida feria de estupideces y poco a poco se va transformando en otro episodio de flojera de la saga, con sus dosis de sentimentalismo barato, de sobreexposición y de machacar una y otra vez sobre la importancia de la familia. 

El McGuffin de la historia es el peor de los clichés: un virus con el poder de destruir a toda la humanidad ha sido robado. El principal sospechoso es  Brixton quien, aparte de apoyar al Brexit (o si no, entonces no entiendo por qué se llama Brixton) tiene un cuerpo hecho con partes mecánicas, como El Hombre Nuclear (los lectores jóvenes no entendieron este chiste) aunque él mismo se autodenomina como el Black Superman. 

Pero el mejor rolling gag de toda la película es, por supuesto, la rivalidad entre estos dos pelones cuya presentación -en una muy chistosa secuencia a pantalla dividida- deja clarísimas sus diferencias: mientras que Shaw (Jason Statham) amanece con una chica nueva todos los días, Hobbs (Dwayne Johnson) duerme solo, mientras que el inglés se va por una cerveza, el gringo se pone a hacer ejercicio, etc, etc. Es como ver a dos niños pequeños pelear por pendejada y media. 


No tengo idea quién haya escrito el guión pero luego de los primeros veinte minutos de película, queda claro que debió ser un par de niños de cinco años: las peleas imposibles, los diálogos tan falsos, la actitud over-the-top, y la fantasía total con los autos (aquella motocicleta mágica de Idris Elba, o el convertible de Jason Statham), delatan que por fuerza los autores del guión son un par de niños jugando con sus carritos. 

Y francamente está bien. Esta es la película de Rápidos y Furiosos hecha para los que odiamos Rápidos y Furiosos: concreta y al grano, nada de tramas complicadas y actitudes pretendidamente serias, nada de Toreto con su cara de compungido todo el maldito día. ¡Qué vengan los autos, las persecuciones, las explosiones, las chicas en bikini! (¡es el regreso del plano nalgamericano!). Que venga el product placement descarado, porque claro, a los diez minutos de iniciada aquella persecución en Londres yo tenía la duda de qué auto era ese en el que escapan y obvio que la cámara de Jonathan Sela hará un tremendo close up para que sepamos que se trata de un McLaren. 

Hobbs & Shaw es el hermano retard de Mission Impossible, y no está mal excepto porque gradualmente la película se empieza a creer sus propias babosadas, abandonando el humor y gastando el tiempo con secuencias de diálogos “profundos” (con todo y dizque citas de Nietzsche, porque claro, Rápidos y Furiosos también es cultura) para regresar con el machacante asunto de la familia. Es entonces cuando ya estamos hartos, el chiste se alargó demasiado y, ¿en qué momento esto se convirtió en Moana

Lástima, la idea era buena, pero a medio juego, los niños de cinco años (los que escribieron esta historia y los que dizque la actúan) se ponen serios y eso termina por matar la película. Tan bonito que estábamos jugando.  

 

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