Crítica: Museo

Últimamente se ha cuestionado bastante las apuestas del cine mexicano, donde se cree que las grandes producciones (generalmente comedias románticas donde algún Derbez se encuentra de por medio) son el verdadero cine mexicano, o más bien lo que el público está pidiendo. Y para muestra un botón: en la reciente edición de la Fiesta del Cine Mexicano, una iniciativa de IMCINE y CANACINE, lo que abundaban eran los reestrenos de las comedias millonarias, en vez de darle espacio a películas con tramas más complejos, o con algún tipo de sello autoral. Pero que no cunda el pánico, que Museo de Alonso Ruizpalacios ha venido a darle en la madre a la pobre cartelera comercial.

Museo cuenta la infame historia del posible robo más famoso en la época moderna mexicana: 150 piezas del Museo de Antropología e Historia con valor inmensurable han sido hurtadas la noche del 25 de diciembre de 1985. ¿Quién sería capaz de realizar tal “dolo” a la sociedad mexicana,y más importante: por qué?

Juan (Gael García) y Wilson (Leonardo Ortizgris) son los autores intelectuales de este saqueo, quienes se complementan al padecer de vidas mundanas y monótonas, donde la complejidad de sus problemas y la ausencia de una figura paterna (y reglas) los envuelve en una amistad casi que de amor apache. Están cansados de que la sociedad y el gobierno les diga que pensar, que hacer y qué opinión tener de los personajes que tanto se han glorificado en los libros de historia por lo que deciden formar parte de la historia misma, desafiando la poca conciencia cultural de la que todavía sufre la sociedad mexicana.

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Juan es tan cínico y está tan cansado de las falsas ideas arraigadas que incluso arruina la fiesta de navidad al contarle a sus sobrinos que Santa Claus no existe (perdón si te arruine esta leyenda a ti también) en una de las escenas más potentes que he visto en este año. Wilson es el espectador callado que ve mucho pero dice poco.

Ambos entran a esta aventura donde quieren fungir como una especie de Robin Hood, donde buscan posicionar las piezas con alguien que sí les va a dar el valor que se merecen. Pero su lógica falla al querer hacerlo para ellos, esperando vender las piezas por una suma considerable de dinero. Es ahí donde su estupidez o ingenuidad les hace creer que alguien en su sano juicio les iba comprar el motín. De pronto algo percibido como “invaluable” se convierteen eso mismo, ya que nadie lo quiere comprar.

Al fin de cuentas, muchos (y quizás ellos mismos también) creen que Juan y Wilson le hicieron un favor a la sociedad mexicana al hurtar esas piezas, que los despertaron de esta pereza ante lo cultural que tanto sufrimos, pero, en mi opinión, lo único que lograron fue darle de comer al monstruo del morbo que agobia a la sociedad mexicana, ya que después del robo se llenóel museo de la gente chismosa que solo quería ir a ver las vitrinas vacías donde yacían las piezas ahora muy valiosas. Quizás, su inconsciente afán de despertar a la sociedad y que deje de comportarse como un sateluco más podría ser el motor para realizar el atraco (lo cual el director se lo deja a la interpretación de cada espectador).

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Con una maestría para contar historias, Ruizpalacios retrata a sus jóvenes personajes quienes se aferran a una idea como su única verdad y tratan desesperadamente de alcanzar sus cometidos, incluso cuando ni siquiera saben por qué lo están haciendo. Este es el cine que casi no se hace en México: una combinación perfecta entre el cine comercial con grandes actores, y un toque de cine de autor. Este es el cine que yo recomiendo consumir.

 

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