
Si de algo sirven los premios (de la Academia, de festivales) es que gracias a ellos sabemos de películas que probablemente de otro modo nunca habríamos conocido (y menos habríamos visto).
Es el caso de El Brutalista (EU, Reino Unido, Canadá), filme que desde se erigió triunfadora en el Festival de Venecia mantiene una ruta de ascenso sostenido, hasta conseguir la nada despreciable cifra de 10 nominaciones al Oscar. Lo mejor es que el público ha decidido verla en salas de cine, no obstante sus más de tres horas de duración.
Bienvenido al sueño americano
Estamos frente a una suerte de “biopic” falsa que nos cuenta la historia de László Tóth, un asombroso arquitecto húngaro que llega a los Estados Unidos después de haber sido prisionero en uno de los tantos campos de concentración alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
En una poderosa secuencia inicial vemos a László arribando a la famosa isla Ellis, con la imponente Estatua de la Libertad recibiéndolo, para luego trasladarse a Pennsylvania donde le espera su primo Attila, quien lleva varios años en Norteamérica y ahora se ha cambiado el apellido para vender muebles en su negocio “familiar”. Es aquí donde la película muestra su primer juego de cartas, ya que El Brutalista es una tremenda crítica al sueño americano y a la sociedad estadounidense en general, quienes ven a los inmigrantes como poco menos que humanos. Una actitud de menos irracional, dado que históricamente Estados Unidos es un país formado por inmigrantes.
Eventualmente, László conocerá a los Van Bureen, una familia adinerada con gran influencia en su comunidad. Después de un desafortunado primer encuentro, el patriarca y líder de la familia, Harrison Van Bureen (Guy Pearce), buscará a László para pedirle que se haga cargo de la construcción de una obra faraónica: un “centro comunitario” ue llevará el nombre de la madre de éste, recientemente fallecida.
El regreso del intermedio
Narrada hábilmente en dos mitades (para eso funciona el agradecible intermedio de 15 minutos), El Brutalista nos cuenta en su primera mitad una suerte de introducción al sueño americano. Vemos a László tratando de sobrevivir haciendo lo que sea: comiendo de la caridad, trabajando como obrero en constructoras, sin poder ejercer a cabalidad la profesión en la cual es un indiscutible genio.
En la segunda mitad, el sueño americano parece cumplirse: gracias al patronazgo de Van Bureen, Lázsló está a cargo de una obra monumental que no obstante no será sencillo edificar: un subcontratista estará pisándole los talones y recortando presupuestos, consultores externos no entienden su visión de la obra, y hasta el hijo de Van Bureen presiona y cobra del presupuesto de la obra por hacer absolutamente nada.
Poco a poco el sueño americano se irá resquebrajando. Van Bureen no duda en humillar a László, en recordarle su posición, en presumirlo como una posesión, un lujo que puede darse por su dinero, por su cultura.
Las actuaciones del reparto son impresionantes, siendo Adrien Brody el mejor de todos ellos como el genial pero autodestructivo László Tóth, merece sin duda esa nominación al Oscar. Guy Pearce resulta particularmente intimidante como el ruin Van Bureen, mientras que Felicity Jones -que aparece en la segunda mitad de la película- logra dar el toque dramático y romántico a la cinta. Por ahí también aparece Joe Alwyn que entrega una acertada actuación como Harry Lee Van Buren, el odioso hijo de Harrison y similar en vestimenta y comportamiento al actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
Arquitecto o cineasta
La apabullante factura técnica que impregna a la cinta se mantiene a lo largo de sus 215 minutos, desde la impresionante secuencia inicial que bebe un poco del cine de Pedro Costa y Bela Tarr, hasta la magnífica secuencia del mármol italiano que recuerda al cine italiano más reciente de directores como Alice Rohrwacher o Pietro Marcello.
Y esto sólo al hablar de directores internacionales ya que, si nos vamos al plano estadounidense, El Brutalista recuerda en ocasiones al Coppola de El Padrino, al Leone de Érase Una Vez en América y al Terrence Mallick de Dias del Cielo.
La historia de este artista bien se podría extrapolar al oficio del cineasta: el compromiso de László con su visión sobre la monumental obra quiere construir bien podría tratarse de una película, con un productor que no tiene idea del valor artístico y solo le interesa “comprar” la obra del director para presumir que es suya.
Además, tiene personas rondando y queriendo cambiar cosas para economizar costos y personal, como si fueran productores ejecutivos o consultores pequeños que no dejan al director de cine poder mostrar su visión completa al mundo. No es sorpresa que la canción de los créditos finales nos diga “One for you, one for me”, literalmente el motto de Steven Soderbergh quien decía que él hacía “Una película para ellos (Ocean’s 11) y una película para él (Solaris)”.
No obstante, me parece que El Brutalista pierde cierta fuerza en su tercer acto. Quizás lo limitado del presupuesto le cobra factura a Corbet, ya que la película iba construyendo una suerte de final cátartico y disruptivo como la personalidad de su protagonista, echando un poco en tierra lo observado anteriormente. Aún así, Corbet tiene guardada una carta bajo la manga con ese genial epílogo que vale la pena descubrir sin ningún tipo de spoiler.
Un cineasta que hay que seguir
El Brutalista se alza como una estructura inmensa en el panorama del cine estadounidense, elevando a Brady Corbet tan alto como un rascacielos, convirtiéndolo en uno de los directores más estimulantes del panorama norteamericano. Lo que ha hecho en esta película se podría confundir casi casi con un milagro, debido a reportes que mencionan que la película se realizó con menos de 10 millones de dólares, algo impensable y prácticamente imposible de desarrollar con los costos y lo inflado que se encuentran los presupuestos en el cine mundial.
Si Corbet pudo hacer está magnífica cinta con menos de 10 millones de dólares, ¿Qué podrá hacer con 50 o 100? Corbet es un cineasta que hay que seguir, e independientemente de lo que pase en los premios, los espectadores somos los ganadores.