Hay tres cosas en las que pienso cuando pienso en Elvis Presley: su música, su forma de vestir, y su muerte. Se sabe mucho y tan poco acerca de estas tres cosas del Rey del Rock and Roll, que una película acerca de su vida suena como la oportunidad perfecta para explorar todo lo que se desconoce del artista. Tener a un director como Baz Luhrmann suena como una buena elección para llevarlo a la pantalla grande, gracias a su pasado como capataz de historias como Moulin Rouge! Desafortunadamente, Baz, al querer llevar a “Elvis” the Baz way, se pierde en el camino y hace que el filme termine siendo un cliché de biopic como los que ya hemos visto antes.
Las oportunidades que tiene el filme vienen desde la concepción de su narrativa, ya que la historia es contada desde la perspectiva de Tom Parker (Tom Hanks) el mánager de Presley, quien, a la Luisito Rey, explotó cada minuto de la vida de Elvis. Al enfocarla en Parker pierde toda dimensión del personaje que verdaderamente nos interesa, y pasamos por la vida del artista casi como si leyéramos el Wikipedia de este, sin la profundidad que lo pudiera volver interesante. Además, aunque no dudo que Tom Parker fuera un terrible explotador, los lugares hacia donde lleva el guión a Hanks hacen que el personaje peque del malo malísimo, sin matices ni definición.
Elvis remix
A pesar de que la actuación de Austin Butler como Elvis Presley es probablemente lo mejor del filme, la historia nunca llega a profundizar. Si bien vemos como sus orígenes están intrínsicamente vinculado a los blues y el gospel, no se le da el impacto o la importancia en la historia a los grandes artistas afroamericanos como Sister Rosetta Tharpe y B.B. King, quienes fueron influencias directas para el artista.
Tampoco se le ve a Elvis en su proceso creativo o en la concepción de sus éxitos. Pasamos de una canción a otra como si fuera un remix, en vez de profundizar en lo que sus letras significan o el impacto que pudieron haber tenido sobre el artista. Incluso, en un momento mientras escuchamos Viva Las Vegas, de pronto también escuchamos a Doja Cat rapeando sobre la música del artista, y no quisiera pecar de purista, pero ¿acaso la música de Elvis no es suficiente? ¿O el director presupone que necesita de una artista contemporánea para atraer a un público más juvenil?
También se habla mucho de su estilo de vestir bastante peculiar para la época, de sus famosos pasos de baile y del maquillaje que usaba, pero no de las influencias y del proceso creativo que había detrás de todo lo que hacía. No se detiene a profundizar en el hecho de que Elvis Presley era un outlier, un rebelde, un desafiante de la cultura y la moral de la época, y en cambio se enfoca sólo en su verdugo, pasando de lado sin pena ni gloria de muchos detalles.
El estilo Luhrmann
La cereza en el pastel es el estilo barroco maximalista de Baz Luhrmann, el cual funciona solo en momentos muy específicos. Se habla de que Requiem for a Dream de Darren Aronofsky tiene 2,000 cortes en 100 minutos (lo “normal” es alrededor de 600), pero “Elvis” se lo lleva de encuentro. La cantidad de cortes y movimientos de cámara sin motivo aparente es excesivo y distractor, incluso podría decir que llegan a literalmente marear. A excepción de un par de escenas cuando se cuenta que Elvis ya está establecido en Las Vegas, no hay necesidad de hacer montajes tan elaborados que solamente visten a la historia sin ayudarle.
Finalmente, la película cierra en el desenlace que todos conocemos: el fuerte deterioro de la salud física y mental del artista, enclaustrado en una suite de Las Vegas donde el sol raramente se asoma. En sus últimos conciertos se le ve cansado, con un maquillaje cada vez más cargado y trajes aún más exagerados, enmascarando las profundidades y la psique de un ser humano complejo. Y es así como “Elvis” de Baz Luhrmann, al igual que las entrañas del artista, quedan maquilladas y cubiertas por toda la parafernalia que el director pone encima de la historia del mítico cantante.