Soy periodista desde hace casi 20 años, pero nunca me he sentido en peligro, principalmente porque la mayor parte de mi carrera ha pasado en salas de cine y museos. El mayor riesgo de mi trabajo el ego herido de un director, el reclamo airado de un relaciones públicas que piensa que los críticos somos publicistas.
En fin, mi labor es sobre todo divertida, cachetona, complaciente. No me siento una heroína. Como la escritora Janet Malcolm, pienso que los periodistas no somos héroes, nuestra misión es ganarnos la confianza de los objetos sobre los que escribimos— o tomamos fotos, hacemos video reportajes, blogs o inclusive tuiteamos— y exponerlos como científico que parte en dos una rana para entender cómo funciona por dentro. Somos unos carroñeros.
Pero después de ver el documental Endangered (En peligro, disponible en HBO) pienso que tal vez sí hay periodistas que son héroes. Se requiere valor para enfrentarse al poder y cuestionarlo; se necesita una disposición de corresponsal de guerra para tomar por asalto las fosas de las que se rodean los poderosos.
Cuestión de valor
Endangered deja en evidencia que las democracias sin prensa libre no lo son. Cuando un reportero hace preguntas difíciles, se pone en una situación muy vulnerable en estas democracias nuestras que cada vez se parecen más al totalitarismo. En una época que supone que la democracia liberal se ha asentado como el régimen más adecuado, la derecha autoritaria responde con triunfos electorales. Bien se dice que paridos bajo el manto de la democracia nacerán los hijos que se comerán a la madre.
Heidi Ewing y Rachel Grady, directoras, siguen a cuatro periodistas en diversos países que viven el riesgo de la profesión en primera persona. La fotografía es impecable, pone la cámara en los ángulos más peligrosos, cuando los protagonistas son atacados directa, físicamente. ¿Mártires? Ojalá no lo fueran, pero al espectador le queda claro que muchas veces no les queda de otra.
Cuatro periodistas
Patricia Campos Mello, en Brasil, investiga a Jair Bolsonaro y a cambio es acusada de “prestar su hoyo a cambio de información”; no es de sorprender que los padres de Patricia le pidan que se dedique a otra cosa o esté lista para salir huyendo.
En Miami, Carl Juste sigue con su cámara las manifestaciones que despertaron tras el asesinato de George Floyd y el movimiento Black lives matter. Mientras eso sucede en las calles, en la redacción Juste ve desaparecer poco a poco, documento a documento, al Miami Herald, el periódico al que ha dedicado su carrera.
Para The Guardian escribe el reportero inglés Oliver Laughland, destacado en Estados Unidos en el frente de los mítines de apoyo a Donal Trump, en los que la prensa que no reafirma su visión es tildada de “fake news”. En cámara vemos el entusiasmo con el que los trumpistas defienden la información que obtienen de Youtube, “la verdadera prensa libre”. Los Make America great again y los Proud boys, subgéneros de la desvergüenza en la dictadura de los idiotas, son virulentos enemigos de los periodistas y los enfrentan con una violencia de espanto.
Y llegamos a México. La fotógrafa Sáshenka Gutiérrez Valerio está en la primera fila de la emergencia por la covid-19, justo en 2020 cuando Andrés Manuel López Obrador recetaba abrazar (a nuestro presidente le gustan los abrazos, aun esos que asfixian) para sobrevivir a la epidemia. Sáshenka se rifa el físico siguiendo las muertes por covid hasta los velatorios y las camas del IMSS. Pero la fotoperiodista luce más cuando se encuentra la historia sobre la okupa de la Comisión Nacional de Derechos Humanos por parte de las feministas que tanto escozor le provocan a nuestro gobierno.
En nuestro país, dato alarmante que se grita en las calles y algunos medios, son asesinadas diez mujeres todos los días. Los dioses nos agarren confesadas: cuándo nos tocará a nosotras, nuestras amigas, nuestras hijas. El gobierno las acusa de conservadoras. El levantamiento agresivo es la opción (cuestionable, puede ser) que les queda a las activistas.
¿En quién confiar?
Las documentalistas siguieron a los cuatro periodistas por el año caótico del 2020. Endangered no puede ser acusado de alarmista o exagerado. Todos hemos vivido estos dos últimos años en un drama que se queda enano frente a las fantasías distópicas que tanto gustan al mundo blockbuster. Y es cierta la tesis de la cinta: defender la libertad de prensa que disiente, que pregunta, es capital para conservar la democracia. Periodistas incómodos, periodistas necesarios.
No nos engañemos: ahí donde la libertad de prensa no existe, las mentes libres están amenazadas. Desde hace un par de décadas han avanzado las hordas autoritarias personificadas por personajes carismáticos que convencen a grupos que, audaces y conformados por ciudadanos interesados cada vez más vehementes, enarbolan el discurso del poder del pueblo.
¿En qué pueblo, pues, podemos confiar? Esa es una de las preguntas en el subtexto de Endangered. Otra: ¿la democracia puede sobrevivir en una ambiente fanático que no admite cuestionamiento? El pensamiento libre existe ahí donde hay dudas, mil planas a renglón seguido.
Mientras, la prensa sigue estando en peligro. La persigue una avalancha de descalificaciones hechas desde el púlpito— mañanero o no— y sostenidas por muchos integrantes del pueblo bueno. Qué miedo darse cuenta de que Amidala tuvo razón. Así cae la democracia: con una ovación.
Endangered se puede ver en HBOMAX.