Mary Shelley escribió a los 18 años Frankenstein o El Moderno Prometeo y con ellos su nombre quedó inscrito en los lugares importantes de la literatura universal. Esta poderosa historia sobre un hombre que da vida a una criatura conformada por restos de distintos cadáveres pronto encontró un espacio en el cine. En 1931 James Whale dirigió Frankenstein y con ello confeccionó la imagen de uno de los monstruos más populares a la fecha.
La famosa criatura
Es difícil no pensar en la criatura a la que Mary Shelley dio vida a través de Victor Frankenstein sin la referencia sobre su apariencia física concebida para la película de 1931 Frankenstein. La imagen de un ser alto, de cráneo amplio y plano, piel verdosa, párpados caídos, con suturas visibles y un par de electrodos a cada lado de su cuello es la que muchos tenemos del monstruo al que de manera popular le hemos dado el nombre de su creador.
Antes de saber siquiera de la existencia de Frankenstein o el Moderno Prometeo nos vemos expuestos a la figura de la criatura que encarnó Boris Karloff para un filme que está por cumplir 90 años. A pesar de que esta no fue la primera vez que la criatura de Mary Shelley fue llevada al cine -hubo un cortometraje en 1910 y un largometraje en 1915-, es la que definió a este popular monstruo para siempre.
Más allá de su impacto en el catálogo de monstruos, la película de James Whale tiene el mérito de resistir a la fecha los embates del tiempo y la tecnología en el cine. Las dos cosas las logra gracias a lo bien cimentada que se encuentra en el aspecto visual. La criatura y los espacios en los que se desarrolla la historia están cobijados por un gran trabajo en la dirección de producción y potenciados por un destacado juego de luces y sombras. Por estas razones sigue encantando al público que se acerca a descubrirla.
Las diferencias entre la criatura de la novela y el monstruo del cine
No obstante Frankenstein de 1931 es una importante película en la historia, es común ver insatisfechos con la misma a quienes se acercaron primero a la novela de Mary Shelley publicada en 1818. La razón para este desencanto se observa prácticamente de manera transversal en la cinta: la historia de James Whale no es la historia de Mary Shelley.
El mayor problema de quienes quieres ver en la película una reproducción fiel de la novela es la criatura y sus motivaciones. El monstruo de la película carece del habla, lo cual es fundamental en la criatura de Shelley. Este ser que luego de ser abandonado y aborrecido por su creador en la novela no sólo aprende a leer, sino que sus intervenciones son poderosas disertaciones sobre la vida en formas casi poéticas.
En la historia original la criatura de Frankenstein funda sus acciones destructivas en el abandono del que es objeto por su creador, así como en el rechazo de una sociedad que lo margina por su apariencia. En la película la conducta agresiva de este monstruo se explica en el hecho de que el cerebro reanimado perteneció a un criminal. De manera que para algunos el personaje es aplanado injustificadamente y en demérito del mismo.
En terrenos quizás menos significativos pero igualmente notorios hay otro grupo de diferencias entre la historia en las páginas del libro y en los fotogramas de la cinta. Por ejemplo, en la novela no existe Fritz, el ayudante de Frankenstein, ni se enuncia la célebre frase It´s alive! cuando la criatura cobra vida en la tormenta. O bien, mientras que en la película, en la escena del lago, la criatura ahoga a una niña, en el libro la criatura la rescata de ahogarse. Aunque menores estas diferencias, generan disonancia en el lector de Shelley.
Los problemas de la adaptación
Una salida para este conflicto del que son sujetos quienes se aproximaron a la novela de Shelley antes que a la película de Whale es asumir que son productos distintos. La película es importante, más tomando en consideración la época en que se filmó. La novela es una referencia obligada de la literatura. Las dos historias funcionan en sus propios universos.
Existen adaptaciones cinematográficas que quieren o pueden ser adaptaciones con un alto grado de fidelidad a su material de referencia. Otras simplemente no. En ese tránsito existen una gran cantidad de decisiones, algunas artísticas, unas creativas y otras materiales. En el caso de Frankenstein de 1931 parecen estar todas estas involucradas.
La primera consideración que se debe tener es que la adaptación cinematográfica no está tomada de manera directa de la novela, sino de una adaptación para teatro. Es decir, es una adaptación de otra adaptación. Es necesario también tener en cuenta que la complejidad de la historia y las ideas del imaginario de Mary Shelley no son sencillas de llevar a la pantalla con la exhaustividad deseada y menos aún en 1931.
Por otra parte, es necesario no pasar por alto que la película se pensó como una historia de terror luego del éxito que Universal tuvo previamente con Drácula. Aunque a 90 años de distancia nadie se mueve de su asiento como víctima del horror de la cinta, en 1931 ver a esta violenta criatura que hoy resulta tan familiar fue una experiencia de terror, tal como se quiso vender.
Dos grandes trabajos
A la distancia, Frankenstein o El Moderno Prometeo sigue fascinando a sus lectores, quienes encuentran discusiones sobre los límites de la ciencia, el abandono, la maldad y la vida, por citar algunas. Con el paso del tiempo, ninguna otra de las adaptaciones cinematográficas de la historia de Mary Shelley ha superado la relevancia y el impacto generado por Frankenstein de James Whale.
Ambos trabajos son relevantes en sus respectivos campos. Las discusiones sobre las diferencias entre la película y la novela en la que está basada pueden llegar a ser interesantes y apasionadas. Frankenstein, la película, ignoró mucho del poder discursivo de la magna obra de Shelley, pero ello no la convierte en una mala película. Conviene, pues, apreciar ambos trabajos como los distintos productos que son y sentirnos afortunados por poder hojear la historia de Shelley y reproducir la cinta de Whale.