La era de las historias personales. En los últimos años hemos visto cada vez más y más historias en el cine donde el génesis o nacimiento del relato viene desde un lugar sumamente personal donde quien dirige, escribe, actúa o hace todo lo anterior busca liberarse de diversas experiencias que han marcado su vida para bien o para mal.
Lo que hace que estas narrativas brillen (cuando bien hechas) es la honestidad en las que son contadas, y es justo lo que sucede con Honey Boy de Alma Har’el y escrita por el mismísimo Shia LaBeouf, contando la historia de su traumante y complicada infancia como niño actor.
El guión es fruto de una terapia, obligada por la corte, donde Shia se sometió a sesiones bastante intensas donde la única manera de poder liberarse era sacar a la luz todos los demonios que llevaba dentro. Sus vivencias debido al estrés postraumático sufrido por situaciones en su infancia, lo llevan a escribir este grandioso filme que no escatima en contar los sucesos más importantes de su inicios como niño actor hasta su adultez.
Para elevar aún más el riesgo y la intensidad de este filme, Shia decide interpretar él mismo a su propio padre, mientras que Lucas Hedges y Noah Jupe interpretan al propio Shia, tanto en su vida adulta como en su infancia, respectivamente. Ambos hacen un trabajo formidable.
Una carta de amor al padre
Honey Boy es de uno de los trabajos más complejos e interesantes del año. Durante sus 94 minutos de duración, vemos lo caótica vida del pequeño Shia LaBeouf junto con su padre, un hombre abusivo que utilizaba a su hijo como una fuente de ingreso y como espejo para todo lo que él quiso ser pero nunca logró.
En esta convulsa relación, hay envidia y amor, odio y compresión, paz y caos. Hay incluso destellos de felicidad entre ambos, pero se ven rápidamente opacados por todo el equipaje emocional que carga su padre y que proyecta a su hijo. Se trata de un padre absolutamente laxo que incluso le permite (y le festeja) al niño Shia fumar tabaco y mariguana, a la vez que lo critica por su apariencia física (incluso burlándose del tamaño de su pene).
Pero a pesar de todas las situaciones altamente tóxicas y complicadas por las que pasa Shia, podemos también sentir ese amor incondicional que se tienen el uno al otro. En alguna entrevista Shia incluso califica la película como una carta de amor a su padre.
Dolor hecho arte
Es toda esta carga emocional tan confusa pero tan rica lo que hace que el filme se sienta muy fresco y reconfortante. Es una película que explora de primera mano las consecuencias de una infancia en ambientes tóxicos pero también es una ventana a revisar fuertes problemas mentales como el estrés postraumático del que el actor intenta liberarse.
Este rito de vulnerabilidad expuesta sucede de la mano de la cineasta Alma Har’el, quien inyecta al proyecto un ritmo singular, similar a la ensoñación, con un manejo muy particular de la cámara y los colores: más vivos en la infancia del pequeño actor, más ocres al acercarse a su vida adulta.
Dice el dicho que si algo duele lo suficiente lo vuelvas arte, y eso es justo lo que podemos apreciar en Honey Boy, una historia increíblemente íntima que incita al espectador a repensar sus relaciones con las personas a las que más ama, y muestra sin tapujos ni excentricidades lo complicado que es vivir con problemas psicológicos fuertes, así como sus consecuencias.
Aunque no conozcas el pasado de Shia y ni el montón de escándalos en los que ha estado involucrado, podrás encontrar empatía con su historia y sus vivencias, volviendo este filme una experiencia abrasadora, llena de honestidad y vulnerabilidad.
Es muy valiente la manera en que Shia LaBeouf enfrenta esta historia de terror que él mismo vivió. Aunque al momento en que escribo esto me pregunto, ¿realmente lo está enfrentando, o más bien se refugia detrás de un personaje?