Lo siguiente es mi crítica, escrita hace 10 años para un medio que ya no existe, de HUGO, o como se le conoció en México: La Invención de Hugo Cabret. ¿Sigue siendo válida mi percepción de la cinta? Ustedes juzguen. Hoy día el 3D está en franca extinción, y muy pocos autores (la excepción sería Herzog y Wenders) lograron hacer del 3D algo más que un gimmick.
La película comienza, la imagen proyectada muestra una estación de trenes en la hermosa ciudad luz. La cámara viaja entre los andenes, se escurre por entre las multitudes, mostrando la vastedad del lugar. El público en la sala, con sus lentes 3D puestos, reacciona por instinto ante la vivaz imagen: se mueven hacia un lado, asombrados, como si los objetos en pantalla los fuesen a embestir.
Hace más de un siglo -sin 3D y con una imágenes en blanco y negro- el público que acudía a las famosas proyecciones de los hermanos Lumiere (1895) reaccionaba de la misma forma que lo hace hoy el público de Martin Scorsese con La Invención de Hugo Cabret (EUA, UK, Francia, 2011) su más reciente cinta.
Del libro al cine
La Invención de Hugo Cabret, adaptación de la novela homónima escrita por Brian Selznick, probablemente sea la primera gran película de la década. Un emotivo game changer donde –ya era hora- un auténtico autor da cátedra sobre cómo debe usarse el 3D en el cine.
A diferencia de muchas otras cintas que ustedes y yo hemos visto, Scorsese no utiliza el 3D para lanzar objetos a la pantalla (cual bebé con juguete nuevo), ni tampoco se vale del formato para justificar la compra de un boleto más caro. Martin logra lo que hasta ahora nadie había logrado: hacer de la tercera dimensión parte importante de la narrativa, mostrando espacios y creando atmósferas.
Hugo es en realidad una elaborada trampa que encierra una sorpresa dirigida a todo aquel que ame el cine. Envuelta en colores brillantes y bajo la etiqueta de “cine familiar”, Scorsese narra la historia de Hugo, un niño huérfano que vive escondido entre los engranajes de los enormes relojes en la estación de trenes de Montparnasse, en la Francia de los años 30.
Hugo guarda celosamente el último recuerdo que le queda de su fallecido padre: un autómata mecánico al que le faltan piezas, pero que Hugo insiste en reparar, esperando con ello encontrar algo que le haga resarcir el dolor de su soledad temprana.
Amor al cine
Esto que parece una historia al más puro estilo de Charles Dickens, pronto se transformará una mágica fantasía que involucra el nacimiento del cine mismo: “es así es como se hacen los sueños” nos dice a la audiencia el verdadero protagonista de esta historia y cuya identidad queda en ustedes descubrir (contar más sería arruinar la sorpresa).
Estamos frente a una emotiva carta de amor de Scorsese a aquello que más quiere y mejor conoce: el cine. Pero la cinta va más allá, se trata de un homenaje al arte y la ciencia como pulsión de vida, la cura de todos los males humanos, incluso la soledad.
El asombro y la emoción son inevitables; Scorsese, transfigurado como gran ilusionista, provoca en el público sensaciones de asombro frente a su gran manejo de la tercera dimensión. Martin le regresa al cine el encanto de la primera vez.
No se arruinen la experiencia; Hugo debe verse en 3D y en una sala de cine, ese lugar de donde «surgen los sueños».