Joker: el peso de la responsabilidad colectiva

La parte más peturbadora de "Joker" es darnos cuenta de la responsabilidad colectiva que tenemos como sociedad en la creación de nuestros propios monstruos.

joker-crítica

Antes de ser Joker, existe Arthur Fleck (Joaquín Phoenix), un hombre al que siempre le han dicho que vino a este mundo a sonreir y a hacer feliz a la gente. Y vaya que ni es gracioso ni es feliz. Es, por lo contrario, un hombre con una severa enfermedad mental, el cual, con su mísero salario de payaso de encargo, intenta subsistir en un pequeño departamento al lado de su madre, quien también padece de alguna enfermedad. 

Arthur sobrevive como muchas personas que viven en las grandes ciudades: con problemas de salud apenas atendidos (si bien les va), olvidados y tratados como mierda por el gobierno opulento y capitalista que los rige. Y es ahí donde el Joker se separa de lo que Marvel o DC había venido haciendo. Es tal la humanización de este personaje tan conocido por tantas generaciones, que fácilmente esta película se podría llamar “Alejandro” en vez de Joker y seguiría funcionando. El hecho de que el origen de quizás uno de los villanos más emblemáticos de nuestros tiempos se parezca tanto a cualquier otra persona aparentemente “normal”, me llena de miedo. 

Todd Phillips escarba en la idea de que muchas veces el villano es el resultado de su propio entorno. Arthur tiene la infame idea de que algún día terminará su tristeza y podrá convertirse en el comediante que siempre ha soñado, pero se topa con una serie de paredes que lo continúan defraudando y traicionando hasta que el personaje explota contra el sistema. 

Te puede interesar:  Joker: siete referencias para entender la nueva película del Guasón

La responsabilidad colectiva

No sabemos si detrás de su risa incontrolable hay lágrimas o felicidad, pero cuando Arthur finalmente se libera, la psicopatía del personaje es también liberada y solo queda viva la locura y las ganas de tomar venganza por todo lo que le han hecho. Curiosamente, Arthur, o el ahora llamado Joker, se le ve más concentrado, más ávido y determinado, casi como si la violencia fuera la medicina perfecta para este ser tan perverso. 

Pero ojo, esto no significa que el director denote una perspectiva donde los actos del Joker están siendo justificados, sino más bien Phillips muestra ambos lados de la moneda. Arthur es claramente una víctima de su ecosistema, pero bajo ninguna circunstancia sus acciones son vistas como justas, al menos no por nadie más que el Joker mismo, enfermo de venganza. Más que justificarlo, el director nos pregunta qué tan partícipes somos de las atrocidades del Joker. Efectivamente la responsabilidad y culpa de sus actos son de él, pero, ¿qué tanto es también culpa de nosotros? ¿En qué medida hemos habilitado al Joker de ser quién es? 

Con grandes acercamientos y homenaje (y a veces casi copia) a películas del gran Martin Scorsese, Todd Phillips nos trae una película bien lograda con un Joaquín Phoenix directo a una nominación a los Oscares. Explora el vacío emocional y las enfermedades mentales desde un ángulo observador, mostrando las barbaridades a las que los humanos podemos llegar al buscar desesperadamente la aceptación de nuestro entorno. El Joker podría ser cualquiera de nosotros.