Que la edad no los engañe. A sus 80 años, Martin Scorsese se muestra como un cineasta en plena forma con su más reciente filme, Killers of the Flower Moon (Estados Unidos, 2023), un imponente ejercicio de memoria histórica en una monumental cinta con capacidad de mutación permanente: un thriller, un western, un drama romántico y hasta una tragicomedia que exhibe la codicia de una nación fundada en violencia y sangre de inocentes.
Si el tono crepuscular y de ritmo sosegado de The Irishman (2019) eran algo que se esperaba de un director (entonces de 76 años) llegando al final de su carrera, Killers of the Flower Moon muestra a un Scorsese en plena exploración de las posibilidades cinematográficas, desafiando géneros, jugando con el ritmo, desplegando su conocido arsenal visual y técnico a un relato que a primera vista no pareciera compatible con su estilo, pero eso es parte del show: ver cómo el octogenario cineasta hace de esto una película 100% Scorsese.
Basada en la novela homónima escrita por David Grann, la cinta exhibe el largo y violento proceso con el que la Nación Osage fue desapareciendo. Desplazados de sus tierras, los Osage llegan a Oklahoma y -cual broma cósmica- resulta que ese lugar está lleno de petróleo. Así, los osage se convierten en los más ricos del mundo: vivían en mansiones, tenían autos lujosos, portaban joyas caras y alrededor estaban sus choferes y criados blancos, ávidos de recibir algo de aquella abundancia.
La gente blanca pronto se dio cuenta que trabajar, fingir respeto y hasta amistad no era la única forma de recibir dinero de los osage. Ernest Nuckhart (DiCaprio) llega a la Osage Nation para verse con su tío, William Hale (DeNiro) un rico ganadero que le da trabajo y a la par le plantea la posibilidad de casarse con alguna de las nativas, así la herencia “puede quedar en nuestras manos”.
Acorde con el plan, Ernest se casa con Mollie (estupenda Lily Gladstone), una nativa osage cuya familia es víctima de esta “epidemia” de asesinatos. Molly es el centro moral de la película, su mirada (como la de Anna Paquin en The Irishman) será la que juzgue no solo al tonto útil de su marido (DiCaprio con vibra de Brando), sino a toda una nación fundada en un cruel genocidio.
El escenario es brutal. A diferencia de los gángsters de sus otras cintas, aquí no hay código ni honor, sino un desprecio absoluto por la vida humana. A Scorsese no le tiembla la mano y sin florituras retrata la violencia de frente, una y otra vez, cada asesinato más cruel que el anterior. Esto es un western revertido: los buenos son los indios, mientras que los blancos están dispuestos a matar hasta a sus hijos con tal de hacerse millonarios.
Scorsese cierra con lo que parece una despedida. A la suma de obsesiones que representa esta cinta, añade una final: el compromiso por la narrativa y la obligación de nunca, jamás, dejar estas historias en el olvido. Añadan, pues, una obra maestra más a la filmografía de Scorsese.