Recientemente se estrenó en salas de cine La Llorona, una cinta del director Jayro Bustamante en la cual la figura de la legendaria mujer que llora la muerte de sus hijos se funde con el luto del genocidio guatemalteco de principios de la década de 1980. Esta se convierte no sólo en una oportunidad de ver cine proveniente de Centroamérica en pantallas mexicanas, sino de dejarse sorprender de una historia que utiliza el género de horror para hablar de temas políticos-sociales en nuestra región.
El horror de la dictadura
La relación de América Latina con la democracia ha sido, por lo menos, complicada. Durante la segunda mitad del siglo pasado los países de la región padecieron dictaduras que se erigieron a partir de la supresión de libertades, el derramamiento de sangre y el esparcimiento del horror. Guatemala tiene su propia trama al respecto protagonizada, de manera infame, por Efraín Ríos Montt. Con La Llorona, el cineasta guatemalteco Jayro Bustamante combina el terror y el drama político para la denuncia de una dolorosa etapa en la historia de su país: el genocidio maya de inicios de la década de 1980.
En La Llorona los ojos están puestos sobre el General Enrique Monteverde (Julio Díaz), sobre quien pesa la acusación de genocida en franca referencia a Ríos Montt. Durante 1982 y 1983, so pretexto de acabar con la amenaza comunista, Monteverde ordenó la persecución y el asesinato del pueblo maya. Hombres, mujeres y niños murieron por igual por órdenes de la dictadura. En latitudes en las que no estamos acostumbrados a que la justicia alcance a políticos de primer nivel, al General parece alcanzarlo no sólo el juicio de la historia, sino los fantasmas del pasado.
Monteverde escucha los lamentos de una mujer a la que nadie más escucha. El llanto y extrañas visiones, relacionadas en su mayoría con el agua, le persiguen. Luego de ser declarado culpable por genocidio y arreglárselas para no pisar prisión y permanecer en su hogar, se ve intrigado por Alma, una mujer indígena que llega a formar parte del servicio doméstico. Es entonces que la leyenda de la mujer que llora la muerte de sus hijos se encuentra con el drama del genocidio en Guatemala. Los horrores, el del folklore latinoamericano y el de la dictadura política, se tocan para no separarse más.
Dictadura y clasismo
Junto al tema de la dictadura y el genocidio se encuentra el del enfrentamiento entre clases sociales. En La Llorona se asoman varios momentos en los que los indígenas son vistos y tratados como inferiores a los patrones blancos o mestizos. Así, este ejercicio cinematográfico de Jayro Bustamante se une a otros trabajos de la región que en el último par de años tienen presente el clasismo como tema: Mano de Obra (David Zonana), Nuevo Orden (Michel Franco) y Bacurau (Kleber Mendoça Filho y Juliano Dornelles), como casos sobresalientes.
La película de Bustamante es, a su vez, un acto de denuncia y de justicia simbólica. A través de su propuesta, los pueblos indígenas, objeto de los abusos de Enrique Monteverde en la cinta, y de Efraín Ríos Montt en la vida real, encuentran, al menos, reconocimiento. Sucede con los dictadores que la muerte los alcanza antes que la ley. En La Llorona la justicia llega por otros medios. La fantasía se convierte en recurso para aliviar, en algo, la realidad.
Mezclas en armonía
Jayro Bustamante logró armar una cinta en la que los elementos parecen ajustarse en armonía. La familia Monteverde, integrada por el General, su esposa Carmen, su hija Natalia y su nieta Sara se encuentran bien interpretadas por Margarita Kafénic, Sabrina De La Hoz y Ayla-Elea Hurtado, respectivamente. Eso junto con el trabajo que realiza María Mercedes Coroy para representar a la intrigante Alma y quien ya había trabajado antes con el director en Ixcanul de 2014.
Gracias al trabajo de guion, el cual Bustamante escribió junto a Lisandro Sánchez, así como al diseño de producción de Sebastián Muñoz y la fotografía de Nicolás Wong, el espectador entra rápidamente en la convención de la película. Jayro Bustamante entrega una cinta en la que horrores del pasado se imponen a los del presente en una interesante mezcla de géneros. A donde la justicia no alcanzó a llegar, vino el cine, no para llenar ese espacio, sino con la esperanza de que a través de la denuncia la historia no se vuelva a repetir.