Los Fabelman: la biografía cinéfila de Spielberg

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Que un director haga una película semi biográfica no es algo nuevo, pero tras el éxito de ROMA (2018) de Cuarón, es clara la tendencia en varios autores por regresar a su infancia-adolescencia y plasmarla en la gran pantalla. Belfast (Branagh, 2021) Licorice Pizza (Anderson, 2021) Bardo (Iñarritu, 2022), son algunos ejemplos. 

Ahora parece es el turno de Steven Spielberg, quien en su más reciente película, Los Fabelman –la cual estuvo planeado desde 1999- narra parte de su niñez y adolescencia, explicando cómo nació su pasión por el cine, al tiempo que retoma el espíritu juvenil de trabajos previos como ET (1982), Los Goonies (1985), Indiana Jones y la última cruzada (1989) y el origen de otros como La lista de Schindler (1993) y Rescatando al soldado Ryan (1998).

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Todo queda en familia

Su avatar es Sam Fabelman (Gabriel LaBelle) un adolescente judío al que le apasiona el cine desde la primera vez que sus padres lo llevaron a una gran sala oscura a ver The Greatest Show on Earth (DeMille, 1952). Sam (el mayor en una familia de tres hijos, dos hermanas) tiene una relación muy cercana con su madre Mitzi (Michelle Williams). Sin embargo, todo cambia cuando la familia debe mudarse de ciudad, ante una nueva oportunidad laboral de su padre Burt (Paul Dano).

Aunque de inicio suene a una película cursi, como E.T, en realidad es un drama en el que el director nos muestra cómo el arte (derivado en pasión) puede ser tan liberador como aprisionante. Los costos de seguir “ese vicio” que es al arte pasaran por conflictos con su familia, una consecuencia inevitable de hacer propio cine, que no es otra cosa sino descubrir la verdad.

Lo anterior le es advertido por su tío abuelo Boris, interpretado de manera asombrosa por Judd Hirsch y quien, a pesar de no estar más de diez minutos en una película de dos horas y media, se la roba por completo.

 

Al borde de la sobreactuación

Aunque Los Fabelman tiene grandes momentos, la cinta es algo irregular, pues de ser un drama familiar, la película cambia de rumbo, y se vuelve un coming of age más tradicional, aunque sin caer en momentos cursis y sin abandonar la idea del cine como un arma que puede cambiar realidades.

El punto flojo es la actuación de Williams, por momentos pareciera que está en otra película, rayando incluso en lo sobreactuado, aunque se compensa en los momentos de quiebre del personaje, que es cuando más natural se siente.

Ver esta película después del reencuentro del director y Ke Huy Quan (Everything Everywhere All at Once) y, sobre todo, la genuina felicidad que ha mostrado el primero ante los premios que ha ganado el segundo, hace que la relación entre Sam y Burt se potencialice, ya que por una extraña casualidad, la personalidad de Burt es muy parecida a la de Waymond Wang.

 

Grándes éxitos

Quizás el mayor logro de Spielberg, y por lo que vale la pena ver Los Fabelman, es que alcanza montar una película que funciona como síntesis de toda su obra. Podría decirse un “grandes hits”, la cual puedes disfrutar aunque no conozcas su vida y obra (una de las fallas de Bardo) y tampoco se siente como una fórmula repetitiva o cansada – de hecho, le da una vuelta muy interesante al tema del padre ausente-  a diferencia de las últimas cintas de Scorsese, Cronenberg y Verhoeven.

Si a eso sumamos el cameo final y que es casi un hecho que sea la última colaboración entre John Williams y Spielberg, estamos ante una película que tiene elementos suficientes para complacer tanto al espectador casual, como a los más clavados cinéfilos, esos que cuidan su horizonte.