Lejos están los días en que los micrófonos del stand-up estaban reservados para los hombres y cada vez es más común ver marquesinas con nombres de mujeres protagonizando estos espectáculos.
Las grandes exponentes de este tipo de comedia han pulverizado, una vez más, la falacia construida a su alrededor sobre la idoneidad o la propiedad de las mujeres para hacer tal o cual cosa. En Netflix es posible ver un ejemplo de ello.
Stand-up y feminismo
Los inicios del stand-up en Estados Unidos
Nada nace para permanecer igual. Aunque el stand-up conserva muchos de los elementos con los que irrumpió en los espectáculos de variedades y los cabarets del noreste de Estados Unidos, principalmente en Nueva York, a finales del siglo XIX.
El correr de las décadas lo llevó a desarrollarse hasta el formato que hoy conocemos. Una persona que transforma elementos de su vida cotidiana en un monólogo.
Durante el primer tercio del siglo pasado la popularidad del stand-up se había extendido por Estados Unidos a pesar de la creciente competencia en el mundo del entretenimiento con la masificación de los deportes y la llegada del cine.
Sin embargo, la ebullición del stand-up no llevó a las mujeres a los escenarios, quienes entonces se enfrentaban con un entramado social que las consideraba ciudadanas de segunda clase y les negaba el derecho al sufragio.
Se levantaba entonces la primera ola del feminismo del Siglo XX.
Mujeres al escenario
Fue hasta las décadas de 1950 y 1960 que las mujeres comenzaron a tomar el micrófono en los foros de stand-up, siendo sus figuras más representativas, que no las únicas, Phyllis Dyller y Joan Rivers.
La voz de las mujeres no solo se hizo escuchar en los escenarios dedicados a la comedia. Resonó en las calles y en los medios de comunicación. Se trataba de la segunda ola del feminismo y las mujeres exigían justicia e igualdad social, cultural y política.
Con la masificación de televisores en los hogares de Estados Unidos y el mundo, así como con la posterior llegada del internet, los espectáculos de stand-up grabados y en vivo llegaron a un público cada vez más amplio y más diverso.
Esta diversidad en el público condujo a su vez a una diversidad en los comediantes de stand-up, de manera que personas de diferentes orígenes étnicos y sociales se vieron cada vez más representados en el humor.
Y aunque es notoria la presencia de una mayor cantidad de mujeres haciendo stand-up, ésta es significativamente menor comparada con los hombres.
El efecto Netflix
En la era del streaming Netflix se ha caracterizado por la producción de especiales de stand-up. El catálogo de la plataforma cuenta con una gran cantidad de shows grabados alrededor del mundo por decenas de comediantes de stand-up frente a público en vivo entre los que se encuentran nombres como Ellen Degeneres, Sarah Silverman, Leslie Jones, Ali Wong, Amy Schumer, Hannah Gadsby, Whitney Cummings y Sofía Niño de Rivera, por mencionar solo algunos.
Las mujeres haciendo stand-up y cuyos especiales se encuentran en Netflix provienen de contextos tan diversos que a través de su comedia es posible ver nuestros entornos, o asomarnos a los suyos, con un par de ojos nuevos cada vez. La singularidad de ellas como personas se traduce en un distintivo de su comedia. Eso no implica la ausencia de vértices en los cuales los temas, visiones y posturas coinciden.
Mujeres diversas
Leslie Jones en Time Machine aprovechando el rebasar el umbral de los 50 años para hablar de los cambios de su cuerpo y la manera en que éste le ha respondido a lo largo de las décadas. Sofía Niño de Rivera se burla de algunas de las actitudes diarias del ser humano que cuestionan la inteligencia de algunos de sus especímenes en Selección Natural.
Por un lado Ali Wong repasa las incomodidades propias del embarazo y las implicaciones de ser una madre que quiere seguir desarrollando su profesión en Hard Knock Wife, el especial de comedia que bien podría ser considerado como la secuela de su exitoso Baby Cobra.
Por otro lado Amy Schumer erosiona la impostura de la seguridad sexual masculina en The Leather Special.
En Ellen Degeneres y Hannah Gadsby tenemos a dos mujeres homosexuales que, en Relatable y Nanette respectivamente, recogen sus experiencias personales sobre cómo es vivir dentro y fuera del closet. Esto lo combinaron con aspectos muy específicos de sus vidas. Mientras Degeneres ha trascendido las fronteras del stand-up convirtiéndose en un icono de la televisión matutina de Estados Unidos, a Gadsby, originaria de Tasmania, Australia, la siguen confundiendo con un hombre en los aviones y tiendas departamentales. Esas experiencias impregnan en ambos casos sus rutinas.
Lo personal es político
Las rutinas de stand-up se caracterizan por ser personales al punto de la confesionalidad. Sin embargo, las mujeres que actualmente están haciendo este tipo de comedia ilustran sobre cómo lo personal es político. La bandera con la que la que las feministas de la segunda ola del Siglo XX salieron a las calles a exigir justicia e igualdad. Parece tener algún eco en las mujeres que hoy se han abierto paso en el masculinizado mundo del stand-up.
A veces de manera explícita y otras de manera implícita, en ocasiones provocando una risa que incomoda y en otras incomodando para hacer reír. Ahora las mujeres aprovecharon el micrófono y el foco del stand-up para cuestionar los entornos desfavorecedores en los que se han desenvuelto como mujeres.
Whitney Cummings en Can I touch it? exhibe el acoso al que sistemáticamente están sometidas las mujeres por los hombres en casi cualquier entorno.
Ali Wong levanta la voz par exigir permisos de maternidad que les permitan a las mujeres retrasar su regreso al trabajo después de un parto.
Hannah Gadsby relata las consecuencias de crecer como una adolescente homosexual.
Lo personal es doloroso
No es raro escuchar entre los comediantes en general, y particularmente entre aquellos que hacen stand-up, que la comedia ha sido en sus vidas un mecanismo de defensa frente a la adversidad. Luego esa habilidad es llevada a una rutina de stand-up de manera que se toma el dolor, se moldea como una anécdota cómica. Después se lanza al público, éste ríe y el protagonista del show debilita, minimiza o esconde el problema.
En Nanette, Hannah Gadsby no solamente desarticula el arte del stand-up para mostrar al público los rudimentos de su oficio, sino que reta su supuesta función sanadora de esconder profundos dolores detrás de la risa y el humor. Si el stand-up algún día necesita un epílogo, éste ya fue escrito por Hannah Gadsby.
En la experiencia de Gadsby, intentar sellar traumas con chistes no soluciona problema alguno. Y habrá quienes digan que uno es el propósito del stand-up y otro el de la terapia y que es responsabilidad de quien confunde a ambos los resultados que tal mezcla produzca. Pero la inteligencia y el trabajo de articulación de ideas con el que Gadsby presenta un momento tan personal, hace de su stand-up un trabajo que roza la genialidad.
Un especial de stand-up para cada quien
Netflix ha decidido apostar por los especiales de stand-up como un producto para ofrecer a su audiencia. Esta apuesta se aceptó por una importante variedad de mujeres talentosas que han hecho de sus experiencias personales y locales un fenómeno global.
Aunque la presencia de mujeres en estos especiales sigue siendo menor a la de los hombres. Resulta significativo que por la puerta del stand-up sigan entrando historias diversas. También vemos diferentes puntos de vista que enriquezcan a este tipo de comedia y la visión que tenemos sobre nuestro entorno.
Con esa gran cantidad de historias, temas y estilos con los que las mujeres están haciendo stand-up resultará poco probable que el espectador no conecte con alguna de ellas. Durante mucho tiempo a las mujeres se les negó el micrófono del stand-up.
Y ahora están derrochando el talento que en otras décadas no fue apreciado.