Nosferatu (1922) de W. Murnau una de las películas más importantes del cine del género del terror, y la primera en llevar a la pantalla grande al mítico ser del vampiro condenado a una rondar por la eternidad en el plano terrenal, buscando a toda costa una salida. No hay película del genero que no haya, hasta cierto punto, tomado algo de Nosferatu. Y aunque a través de los años la figura del vampiro tanto en el cine como en la literatura ha ido morfando hasta cosas como Twilight, es indudable la fascinación por el público hacia el misticismo y el morbo que genera el mundo vampírico.
Es por esto que, cuando se anunció que Robert Eggers –autor de clásicos contemporáneos como The Witch, The Lighthouse y The Northman- al menos en mi no generó un inmediato repele al tratarse de un “remake”. Al contrario, me parecía que la selección del director había sido la más acertada. Y que si íbamos a desempolvar un material de 1922 (que en realidad viene desde la novela Drácula de Bram Stoker de 1897), qué mejor que un director como Eggers para hacerlo.
Una carrera forjada en leyendas
Eggers ha demostrado en su corta carrera tener una sensibilidad especial para retratar lo que realmente nos hace humanos: las historias, los cuentos, las leyendas que forjan nuestra manera de ver el mundo. A través de la fábula, de lo fantasioso, de lo desconocido es que el ser humano ha contado sus historias, y Robert lo ha sabido retratar de manera excepcional en la pantalla.
Y afortunadamente Nosferatu (2025) no es la excepción. Consideraría que la manera en la que decide revivir esta mítica historia, con su propio toque y enfoque, la hacen una de las mejores películas del genero de terror de los últimos años. La historia es esencialmente la misma: un agente inmobiliario recién casado llamando Thomas Hutter (Nicholas Hoult) viaja a la ciudad de Wisborg a finalizar la venta de un castillo donde el dueño de este es Graf Orlok (Skarsgard), quien en realidad es un vampiro que tiene la intención de terminar con la humanidad, no sin antes conquistar a Ellen (Lily-Rose Depp), esposa de Thomas. Pero es en los detalles y en las sutilezas donde Eggers brilla.
Una cinta hermosa
Lo primero que llama la atención de la película es en definitiva cómo se ve. Es curioso ya que genuinamente se siente como una película que se hubiera grabado hace mucho tiempo. Entre el diseño de producción y el genial trabajo de cámara de Jarin Blaschke hacen que la película mantenga un halo de melancolía y tristeza, como si poco a poco la vida se estuviera yendo del mundo. Los castillos, las ciudades parecen en veces incluso maquetas, sumando a esta sensación de estar en entre una pesadilla y la vida real. El juego de luz natural (o innatural) donde el fuego, algo tan primitivo como peligroso es lo que da luz a esta historia, la vuelve en un personaje en si mismo. La luz (o la falta de ella) como la búsqueda de la verdad, de entender el retorcido misterio en donde todos están enmarañados.
En cuanto a la historia en sí, el acierto más grande considero que es la conexión que existe entre Ellen (Depp) y Nosferatu (Skarsgard). En la Nosferatu de 1922 realmente no se ve esa dinámica, pero el director decide aquí explotarla, dándole una capa extremadamente interesante donde se cuestiona el origen del deseo. La pasión como lo malo, lo prohibido, como el pecado original. Ellen y Nosferatu tienen un vínculo sexoafectivo que a ambos invade y ultimadamente se vuelven la debilidad uno del otro.
Sexo y vampiros
La manera en que ambos se entrelazan y se conectan es el motor de la película, sacando lo mejor de ambos actores. Por un lado, vemos a Lily-Rose Depp como nunca antes, demostrando que tiene las tablas para convertirse en una gran actriz, y por otro a Bill Skarsgard, que ya tiene años convenciéndonos que el genero del terror es definitivamente lo suyo. Y la voz con la que decide darle vida a Nosferatu es algo terrorífico, que resuena en toda la sala del cine.
Robert Eggers logra lo que muchos no pueden: adaptar un pedazo de la historia del cine y del consciente colectivo de manera sorprenderte e incluso logra darle su propio toque. Su sensibilidad hacia lo folclórico, lo que raya entre el mito y la verdad, y la idea, aunque ya explorada, de la posesión del mal hacia lo femenino, hacen que su Nosferatu se convierta en una de las mejores películas del género y es seguro que muchos la disfrutarán en las salas de cine. Vaya forma de iniciar el año. ¡Que viva el cine!