Orion (voz original de Jacob Trembley), es un niño con una galería fantástica de miedos. Sus temores van desde los más obvios para su pequeña edad (miedo a hablarle a las niñas, miedo a dar la respuesta incorrecta en clase, miedo a fallar en deportes, miedo a los perros), hasta lo más extravagante (miedo al payaso que vive en la alcantarilla, miedo a usar celulares y morir de cáncer, miedo a que al jalarle a la taza del baño se inunde la escuela, miedo a que al regresar a su casa ya no estén sus papás).
Así, el pequeño Orión es una galería de ansiedades que no lo dejan vivir un segundo en paz, su mente le juega en su contra todo el tiempo creando siempre los peores escenarios posibles. Pero incluso dentro de este océano de zozobra hay algo a lo que Orión le tiene aún más pavor: a la oscuridad.
Sus padres obligan a Orión a dormir en su cuarto con las luces apagadas, pero el niño no puede con el horror a la noche, a sus ruidos, a la calma. Esto, por supuesto, enoja mucho a la oscuridad misma (voz del genial Paul Walter Hauser) quien se le aparece a Orión y le ofrece un trato: ir por un viaje a la oscuridad para que se de cuenta que no es tan mala ni aterradora, sino que gracias a ella suceden cosas maravillosas (sin oscuridad no habría proyecciones de cine, por ejemplo).
Basada en el libro infantil homónimo de la escritora británica Emma Yarlett, Orion and the Dark (USA, 2024), es la ópera prima del director Sean Charmatz (con varios cortometrajes y series de televisión animadas en su haber), y es no menos que un auténtico diamante en bruto que desgraciadamente no llegó a salas, solo se puede ver por Netflix.
Las referencias (¿y saqueos?) de esta película no son secreto para nadie: desde Diary of a Wimpy Kid (Freudenthal, 2010) hasta Inside-Out (Docter, Del Carmen, 2015), o para el caso cualquier película Pixar. Y es que luego de un poderoso inicio, nos encontramos en un escenario francamente familiar: la oscuridad le presenta a Orión a una serie de “entes” que habitan en la noche: el dulce sueño, el insomnio, el silencio, los ruidos extraños en la noche y el dormir mismo.
Hasta aquí la película no deja de ser una entretenida cinta de toque infantil, con una animación bastate convencional (a cargo de los estudios Dreamworks), pero cuando uno menos se lo espera, mediante un abrupto corte, la película cambia y se convierte en otro artefacto completamente distinto. Más que un giro de tuerca se trata de una decisión de guión que hace que esta cinta pase de ser un vehículo de entretenimiento infantil sobre cómo lidiar con los miedos a una conmovedora cinta sobre padres e hijos.
Orion and the Dark se transforma en una matrioska con una historia dentro de otra historia. Es aquí donde tengo que revelar, sí o sí, el truco de este filme, que no es otro sino su guionista: Charlie Kaufman. Sin abandonar sus obsesiones Alleniescas (siendo los miedos humanos una de ellas), el escritor de obras maestras como Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004), Anomalisa (2015) o Adaptation (2002) escribe esta historia para niños (y para sus papás) de una forma que se antoja muy personal, pero sin renunciar nunca a su estilo ni a sus manías.
Esta cinta es un mundo dentro de otro mundo (muy a lo Synecdoche New York, 2008), mediante una cuidada estructura meta narrativa que jamás se vuelve complicada de seguir pero que paso a paso va demostrando la enorme facilidad de Kaufman para perturbar con las líneas de su guión.
Y es que incluso, aún cuando pensamos que todo se está resolviendo mediante un muy facilón deus ex machina, es hasta el final que nos damos cuenta que todo, absolutamente todo, tiene una razón de ser y está construído principalmente para sorprendernos, conmovernos y , ¿por qué no?, tirar una que otra lágrima gracias a este genial viaje por los miedos de Orion y las obsesiones de Kaufman.