En una de las escenas de ¡Que viva México! Pancho Reyes (Alfonso Herrera), protagonista de la historia, se encuentra encima de una tumba desabrocha su cinturón, baja sus pantalones, se pone en cuclillas y ejecuta ese acto que usted se imagina. Lo mismo hizo Luis Estrada con su nombre. Al director se le ha escuchado en distintos foros pregonar que su nueva película es una feroz crítica al sexenio de Andrés Manuel López Obrador y de eso no hay rastro. Lo que hay, en cambio, es indefinición y tibieza. A ratos quiere ser Luis Buñuel, a ratos quiere ser el director de La Ley de Herodes, pero nunca muestra genio pero lo uno ni dientes para lo otro.
¡Que Viva México!: historia de una familia dividida
En ¡Que viva México! Estrada nos invita a seguir la historia de Pancho Reyes y su familia. Pancho es un hombre de clase media alta que trabaja en una empresa textil en una posición de mando medio. Su familia nuclear la integra su esposa Mari (Ana de la Reguera) y sus dos hijos. Viven en un tranquilo suburbio, conducen un vehículo Mercedes y llevan el tipo de vida que las tarjetas de crédito les permite. Mari es una mujer que nació en una familia acomodada, mientras que Pancho nació en una familia jodida. Los fantasmas de los Reyes, el pasado y la pobreza persiguen en sueños a nuestro protagonista.
La familia extendida de Pancho le hace honor a tal adjetivo. La conforman sus padres Rosendo (Damián Alcázar) y Dolores (Ana Martin), cinco hermanes, un titipuchal de sobrinos, un tío sacerdote, un tío político, un primo policía y la abuela (Angelina Peláez) como la amalgama de estos heterogéneos personajes. Todos, salvo Pancho que se fue a la capital con la ayuda de su abuelo, viven en un pueblo en el norte del país llamado La Prosperidad. Este lugar que alguna vez tuvo una economía sostenida por la minería, ahora no es más que un lugar sumido en la miseria.
Pancho se ve obligado a regresar a La Prosperidad luego de 20 años. Su abuelo murió y su última voluntad fue que su nieto favorito estuviera presente en su entierro y en la posterior lectura de su testamento. Es entonces que se da el reencuentro de una familia y el encuentro de dos clases sociales. Lo que de inicio parecía el regreso del hijo pródigo se convierte en un enredo de intereses económicos cuando se conoce cómo es que el abuelo decidió repartir su herencia. El conflicto apenas comienza.
El sello Estrada
La sátira ha sido el sello que distingue el trabajo de Luis Estrada. En 1999 agradó a la crítica y al público mexicano con La Ley de Herodes, un divertido y atrevido retrato de las formas autoritarias y corruptas que caracterizaron al sistema político consolidado por el PRI luego del conflicto revolucionario. A esta cinta le siguieron Un mundo maravilloso (2006), El infierno (2010) y La dictadura perfecta (2014). En todos los casos se hizo acompañar del actor Damián Alcázar en roles protagónicos. Más allá de la irregularidad en la calidad de sus entregas, con La Ley de Herodes y El Infierno como sus mejores trabajos, la ridiculización de las formas sociales y políticas siempre fue una constante.
En ¡Que viva México! la sátira sigue presente. A Estrada se le percibe muy cómodo en este ejercicio. Quizás demasiado. A pesar de ser este un tipo de humor que recurre a la exageración y la caricatura, en el caso de esta cinta Estrada cruza la frontera de lo burdo. Es como si un día se hubiera encontrado indeciso entre ponerse una borrachera, revisitar su filmografía o escribir un nuevo guión y optó por las tres al mismo tiempo. Las risas dependen del umbral del humor de cada persona, pero tres risas francas en igual número de horas de película no arrojan un buen resultado.
A Damián Alcázar se le ha visto perder el personaje en otros trabajos del director. Sin embargo, a pesar de que en esta ocasión carga con tres créditos, en todos se encuentra bien. De Joaquín Cosío puede decirse lo mismo a pesar de que ninguno de sus tres personajes tiene un peso significativo en la historia. Pero del resto de los actores no se puede afirmar tal cosa, ya que los que no tienen actuaciones malas las tienen irregulares. Salvo honrosos caso como el de Ana Martin y Angelina Peláez, el no caer correcta y consistentemente en el tono de farsa atenta contra las intenciones de la película.
La crítica que no fue
¡Que viva México! no es el producto que le hemos escuchado insistentemente vender a Luis Estrada en los diversos foros que ha tenido a su alcance. Él señala que desde La Ley de Herodes solamente ha hecho una película por sexenio porque los presidentes en turno no le permiten hacer una segunda porque los deja mal parados frente a los mexicanos. En ese sentido también ha dicho que su nueva película es una dura crítica al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, lo cual era difícil de imaginar por la participación de Alcázar, dado que entre el Presidente y él ha habido muestras públicas de admiración mutua. Y en efecto, Estrada no muestra los dientes contra el Presidente de la manera en que nos había acostumbrado.
En diversos momentos de la película se hace alusión al Presidente. Incluso la propia figura López Obrador se ve en pantalla. Sin embargo, cuando la imagen o las palabras del Presidente se recuperan en realidad se hace para ridiculizar a la clase media, lo cual es válido, pero hay quién se ha confundido y piensa que es ahí donde está la crítica López Obrador. De hecho, los dos únicos momentos en los que la figura presidencial se tocan suceden de manera velada: uno en un anuncio espectacular y el otro haciendo alusión a que la corrupción sigue vigente a pesar de los discursos de Palacio Nacional.
Lo que sí ofrece ¡Que viva México! es una caricatura de la polarización social entre las clases sociales altas y bajas en el país. Los primeros pintados como gandallas y los segundos huevones. Los matices no existen. Y ahí se marca la distancia con Luis Buñuel, alguien a quien por un par de composiciones en la película es evidente que desea emular o al menos referir. El ojo de Buñuel percibía matices y era capaz de reproducirlos en sus obras. A Estrada el coqueteo con el poder le nubló la visión.