En un principio el cine no era entretenimiento, el cine era documental. El cine retrata lo que ocurría para mostrárselo a aquellos que, a falta de poder viajar o por un desconocimiento total de lo que ocurría en otro mundo, no tenían otra vía para conocer al mundo. El cine era un conjunto de imágenes de la vida cotidiana, de lugares familiares o lejanos.
Pero casi inmediatamente surgieron los primeros soñadores, aquellos que vieron en este medio una herramienta no solo para mostrar la realidad sino también para narrar historias y entretener.
Richard Donner era de esos.
Los inicios como actor
Oriundo del Bronx, de padres de origen ruso, su padre tenía una mueblería y su madre era ama de casa. Su abuelo tenía una sala de cine en Brooklyn, lo cual influyó definitivamente en su futura carrera como cineasta.
En su juventud, Donner sirvió en la marina, donde se desempeñó como fotógrafo. Fue a la universidad de Nueva York, pero la abandonó para mudarse a Los Ángeles donde buscó ser actor.
A pesar de obtener algunos papeles menores para la televisión, el plan de ser actor no fructificó. Fue un amigo suyo, director de comerciales, que le recomendó cambiar de giro y volverse director, para ello lo contrató como asistente.
Su paso por la televisión
Richard Donner consiguió trabajos en series importantes como Wanted Dead or Alive, protagonizada por Steve McQueen, o The Rifleman. Llegó a trabajar hasta en 25 series televisivas, muchas de las cuales marcaron la infancia generaciones. Clásicos como La Isla de Gilligan, El Super Agente 86, Kojak, El Fugitivo y más, tienen su marca muy personal que no es otra sino evitar la solemnidad y dar prioridad a la diversión.
Particularmente brillante fue su paso por la legendaria serie La Dimensión Desconocida, suyo es aquel mítico episodio, Nightmare at 20,000 feet, donde un jovencísimo William Shatner viaja en un avión comercial y ve por la ventana un monstruo en el ala de la nave. Un episodio que se ha parodiado ad infinitum.
La llegada al cine
Su debut cinematográfico fue en 1961, con la cinta X-15, un drama ficcionalizado sobre la construcción del famoso avión del mismo nombre. La cinta se filmó con aviones de la NASA y la crítica la destrozó diciendo (con razón) que parecía más un promocional de la agencia espacial que una película.
Pasaron siete años para que Donner pudiera filmar de nuevo, en este caso una comedia de mediano éxito llamada Salt & Pepper (1968) con Sammy Davis Jr. como protagonista.
Fue a partir de ese éxito que Donner consigue filmar la cinta que lo llevaría a la fama. The Omen. Muchas de las imágenes y arquetipos sobre las historias de terror que hoy damos por ciertos están en The Omen: el número de la bestia (el 666), la idea del anticristo y las profecías.
Esa es la gran habilidad de Richard Donner, hacer que sus historias fueran verosímiles y a la vez divertidas. La verosimilitud se convertiría en la que probablemente sería su única marca de autor, y ella le sería fundamental para su siguiente gran éxito, aquel que no solo lo convertiría en leyenda sino que además cambiaría al cine comercial para siempre: Superman.
El hombre de acero
Luego de que el director originalmente elegido para esta cinta tuviera que huir de Londres por evasión de impuestos, la tarea recae en Richard Donner, gracias al éxito comercial que tuvo The Omen.
Donner dice que la llamada llegó mientras él estaba en el excusado; al otro lado del teléfono, el productor ruso mexicano Ilya Salkind le ofrecía un millón de dólares por dirigir la cinta. A Donner se le habrían caído los pantalones excepto que es muy probable que no los trajera puestos.
Después Salkind le aclararía que la oferta era para hacer dos películas. Ya no sonaba tan jugoso pero aún así Donner aceptó.
Una batalla interminable
Nada de lo que se encuentra Donner al llegar a esa producción le gusta. Odiaba el guión de Mario Puzo y tampoco estaba feliz con el hecho de que estaban buscando a estrellas de Hollywood para el protagónico.
La leyenda dice que en una tarde de alcohol y algo de drogas, fue con su amigo Tom Mankiewicz para reescribir el guión y es ahí donde Donner decidió que lo más importante por cumplir era la historia de amor y convencer a la gente de que un hombre podía volar.
Sin esos dos elementos, la película sería un fracaso.
La lucha de egos.
Las dificultades se apilaban, pero Donner fue sorteando una a una. Y es que, a diferencia de muchos directores, Richard Donner siempre ponía la historia por encima de todo. Se trata de un director al que le gusta el anonimato. A pesar de ser el responsable de muchos de nuestros mejores recuerdos cinéfilos, el hombre prefería estar tras bambalinas, porque lo importante no era él, ni su “visión”, lo importante siempre era la historia.
Dirigir una cinta es la mayoría de las veces una lucha de egos, y al ser Donner un convencido del low profile, ello le sirvió para sacar avante Superman. Mientras todos temían a Brando y su locura, él pacientemente lo escuchaba y al final lo convencía para seguir rodando a pesar de sus excéntricas peticiones.
Se impuso a la idea de castear a un actor reconocido y en Christopher Reeve encontró la clave maestra del triunfo de la cinta. Confió en los técnicos que probaron mil y un cosas para hacer que el vuelo de Supermán se viera convincente, casteó a Margot Kidder (otra pequeña diva), para el papel de Lois y al final llamó a John Williams para poner la cereza en el pastel: el icónico tema inicial donde pareciera que los instrumentos gritaban ¡Superman!
El nacimiento del cine de superhéroes
La cinta recaudó 300 millones de dólares y costó poco más de 30 millones. Fue un hit inédito en su momento, pero el premio mayor no estaba ahí, estaba en el legado. Sin saberlo, Donner estaba inventando un género: el del superhéroe.
La ola expansiva de tan importante hecho no se haría notar sino hasta décadas después con el estreno de las cintas de Batman, Spider-Man, X-Men y por supuesto, el universo Marvel.
Sin Donner no habría cine de superhéroes, para bien o para mal.
El gran narrador
El cine de Richard Donner no es un cine de autor, es un cine de narrador. Artesano virtuoso, lo suyo no era la obsesión autoral de imponer su idea, lo suyo era respetar la historia, entretener al público, poner la cámara en el lugar adecuado y saber hacerse a un lado.
Esa actitud frente a la vida le dio las herramientas necesarias para hacer grandes cintas corales. En The Goonies (1985), el hombre fungió como un gran papá de todos esos niños actores. Decidió que la cosa sería un juego antes que un trabajo, y el resultado se nota en pantalla. Spielberg quedó fascinado con la cinta.
Arma Mortal: un comentario sobre la depresión
En Arma Mortal (1987), el director afina como nunca su buen ojo para emplazar la cámara y atinar al encuadre adecuado. En la superficie parece una cinta de acción genérica, pero Donner decide por la ruta del neo noir, estamos frente a una cinta bastante oscura, violenta, pero cuya carga escondida es un comentario sobre la depresión y el estrés postraumático.
Martin Riggs (Mel Gibson) sufre de depresión luego de la muerte de su esposa. Ello lo convierte en un agente potencialmente peligroso. La película en el fondo trata del proceso de este hombre para vencer la depresión. Fue un papel (y una tetralogía) que llevaría a Mel Gibson al estrellato.
El crítico de cine Roger Ebert decía sobre Lethal Weapon que lo importante no era la violencia o las escenas de acción per sé, sino la forma en como el director las mostraba. Era, decía Roger, una cinta en la veta de Indiana Jones: “de esas películas que si las ves acompañado de alguien, van a apretarse el brazo toda la proyección ante los constantes giros que presenta la trama”.
Con Arma Mortal, Richard Donner de nueva cuenta hacía aportes a un género: las buddy cop movies no fueron lo mismo después de él.
Adiós al gran artesano
Pocos autores han tenido sus huellas digitales tan impresas dentro del imaginario popular sin que se sepa que esas huellas son de ellos.
A veces la falta de un estilo definido es un estilo en sí mismo. Donner, con mucho menos reconocimiento que un Spielberg pero igual de efectivo en su técnica, fue un hábil artesano de la cultura popular, poseedor de una maestría única en su manejo del cine de género, al grado que incluso (como ya vimos) inventó uno nuevo.
Pocos autores han tenido sus huellas digitales tan impresas dentro del imaginario popular sin que se sepa que esas huellas son de ellos. Es el caso de Donner, un hombre sencillo, casi anónimo, que siempre estuvo al servicio del cine. Con una vasta habilidad para crear entretenimiento sin necesidad de efectos digitales, edición frenética o exceso de ralentí.
Lo suyo era simple y complejo a la vez: narrar historias, de la mejor forma posible. Nos deja un hombre que cambió para siempre el cine, un hombre que, como dijo Spielberg, era un maestro: “y el mejor de los Goonies”.