Primero una confesión: nunca fui fan de Scooby Doo. No sé porqué. Tal vez sea porque si ves un episodio entonces ya viste todos, tal vez sea porque la caricatura no era precisamente un monumento a la coherencia argumental o tal vez (y seguro es esto), sea porque yo soy más de gatos que de perros.
El caso es que la caricatura ya califica como clásico, no por vieja (el primer episodio salió al aire en Estados Unidos a finales de la década de los 60) sino porque su iconografía y sus personajes siguen presentes hoy en día.
De otra forma no se explica la existencia de ¡Scooby!, la nueva película donde -subidos a la ola de contar el origen de todo- se narra cómo es que se conoció la pandilla de la Mistery Machine.
Y yo sé qué están pensando. Existe esta teoría (que francamente suena plausible) de que en realidad todo es un sueño pacheco de Shaggy, que Scooby no habla más que en los viajes de cannabis de su amigo y que por eso siempre tiene hambre de Scooby snacks.
Si esa hubiera sido la historia de origen en ¡Scooby!, estaríamos frente al mejor momento del cine de 2020, pero lo siento: alguien tiene que pensar en los niños y era imposible que esa versión saliera en pantalla. Lástima.
Scooby begins
La historia comienza en las playas de California, donde un niño solitario -llamado Shaggy- se encuentra a un perro callejero que lo persigue la policía. El primero lo decide ponerle el nombre de Scooby, como las galletas que tanto le fascinan.
En una noche de Halloween, estos dos nuevos mejores amigos conocen al resto de la banda: Vilma, Daphne y Fred. Y así, siendo todos unos niños, resuelven su primer misterio, por lo que al ver que son buenos en ello, deciden dedicarse a la investigación paranormal.
Aunque la película se promociona como una historia de origen, lo cierto es que a ello no le dedican más de diez minutos. El principal objetivo de la cinta es, por un lado, darle una actualizada a la franquicia (todo sucede en la época actual: hay celulares, drones y robots) y por otro lado generar la idea -tan trillada en estos días- de un universo de Hanna-Barbera.
Y es que -para delicia de los viejos fans de la caricatura- la historia va plagada de cameos (no revelaré quienes para no arruinar las sorpresas) de otros personajes clásicos de aquella compañía de animación, amén de que a medio relato se recurre a la figura del superhéroe como motor para seguir avanzando la trama.
Juegos de nostalgia
La película no arriesga en absoluto, todas las decisiones parecen ser de marketing y no de narrativa, pero indudablemente estamos frente a un cuidado juego de nostalgia que a la postre está bien hecho: los fans de la caricatura original saldrán muy contentos y es muy probable que los niños también.
Para asegurar el juego de nostalgia se puso a cargo del proyecto al veterano artesano Tony Cervone, un experto en los personajes de Hanna-Barbera y Looney Tunes, con más de una decena de créditos como director de animación.
Claramente Cervone lleva el ADN de estas caricaturas clásicas a las películas, por lo que el juego de nostalgia está garantizado.
Éste es el principal activo de la película: se trata de hora y media de imágenes que detonan recuerdos de cuando la vida era más fácil viendo en las tardes caricaturas frente al televisor.
Maldito 2020… te odiamos.