Señora Influencer: entre el cine y la mercadotecnia

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En una escena rumbo a la mitad de Señora Influencer (México, 2023) -segundo largometraje del mexicano Carlos Santos (ópera prima la muy irregular y de humor facilón Chilangolandia)- uno de los personajes rompe la cuarta pared y dice frente a cámara “Se supone que esto es una comedia y ya se puso muy creepy”.

Esta línea de diálogo delata la engañosa estrategia de promoción de esta cinta, cuyo cartel y tráiler parecen vender otra típica comedia mexicana bobalicona como las muchas que se estrenan cada año en nuestro país. El engaño se revela desde el primer minuto de la cinta donde nos enteramos que la famosa señora influencer del título (una intensísima Mónica Huarte) está muerta (al parecer víctima de un sangriento asesinato), para sorpresa de sus millones de seguidores, de sus no pocos haters, y del público que está en su butaca, con palomitas, refresco y hotdog, esperando otra comedia más del montón.

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El truco parece ser efectivo: se está hablando de la película en términos de “no es lo que esperabas”, y en efecto, es una sorpresa, la mayor de todas es que su servidor, que no tenía la menor intención de ver esta película, ahora está escribiendo de ella.

Me pregunto si el público que en efecto quería ver una comedia boba salió contento del cine, abandonó, o de plano se fascinó con la idea de que lo engañaran vendiéndole otra película para al final (ya habiendo pagado el boleto) ponerle en la mesa un platillo que no es lo que había elegido del menú.

Más aún, ¿era necesario todo este engaño para vender una película sobre una persona perturbada cuyo acceso a las redes sociales potencializa su psicosis hasta volverla una asesina serial?

Ya tienes un problema cuando lo interesante de la película no es la cinta sino cómo te la vendieron y el engaño inherente en ello. La película no es mala, tiene sus momentos bien logrados y mantiene el interés del público, por lo que al final me sigo cuestionando si todo este engaño era necesario o de plano el director y guionista, así como el departamento de marketing, no confiaron en que el público mexicano se interesaría por esta cinta que al final resulta mucho más oscura de lo que el colorido cartel vende.

Fátima (Mónica Huarte) trabaja como feliz maestra en una escuela primaria. Luego de un problema con una alumna que denunció un caso de bullying que involucra un celular y ciertos mensajes a una influencer famosa, Fátima pierde el trabajo. Es aquí donde nos enteramos que esta señora de 40 años tenía el puesto gracias a su padre, quien no solo hacía jugosas donaciones a la escuela, sino que se trata de un famoso cineasta (interpretado por Leonardo Daniel) que en los años 90 filmó alguna película icónica que le dio mucho renombre.

El papá básicamente mantiene a su hija encerrada en casa, y es que la mujer claramente tiene un problema psicológico: actúa y habla como si fuera una niña a la cual no dejan salir de este Castillo de la Pureza (Ripstein, 1973). Pero en los tiempos modernos se puede conocer el mundo sin salir de casa: Fátima se compra un celular a escondidas de su padre y comienza a seguir (y emular) a dos influencers muy famosas, adolescentes y atractivas, Sofi Fojo (Mararena García) y Jackie Lombardo (Bárbara Lombardo), quienes divertidas e intrigadas con la velocidad con la que esta señora está acumulando followers, deciden invitarla a salir y hacerse sus amigas, más como chiste que por verdadero interés.

Así, Sofi y Jackie le enseñan a Fátima que el mundo de los influencers se trata de dinero, followers, “media days”, entrevistas y claro, haters, los cuales ya también se van sumando a la cuenta de una Fátima que no entiende por qué alguien la podría odiar.

Carlos Santos dirige y escribe esta cinta que no oculta sus referencias cinéfilas: Requiem for a Dream, Dogville, Amores Perros y el segmento “Mean Tweets” del show de Jimmy Kimmel. Pero la personalidad de la cinta la otorga Mónica Huarte, con una actuación muy comprometida que navega entre el muy necesario delirio y el exceso.

Castear a Mónica Huarte es, por mucho, la mejor decisión del director en medio de muchas otras cuya efectividad es cuestionable: Santos no quiere, no puede, o no tiene el presupuesto para anclar su relato al mundo real, el diseño de producción y la iluminación son planas, como de telenovela, lo cual no permite que nos compremos la historia de Sofi.

Incluso cuando la protagonista pierde la razón y empieza a matar, el diseño de producción se sigue viendo televisivo: oportunidad desperdiciada porque ese momento era el perfecto para ir por todo y hacer de esto un slasher con todas las de la ley.

La engañosa estrategia de medios de Señora Influencer delata un temor por asumir las consecuencias de un relato que exigía más violencia, más sangre, más anclaje con la realidad y mayor compromiso por parte del guionista, quien cierra la película con una resolución carente de sentido (pero que habla de lo mucho que Carlos Santos quiere a su personaje).

El cineasta tiene momentos logrados: cierta secuencia onírica de mal viaje que involucra una especie de quirófano, una pelea entre una pareja a la cual inteligentemente desprovee del audio, e incluso algunos chispazos de humor que conectan bien con el tono general de este thriller disfrazado de comedia.

Señora Influencer es, casi por diseño, una sorpresa, pero también es una película que delata su temor a mostrarse tal cual es, lo cual la deja en una extraña medianía entre ser una buena película y un buen truco de mercadotecnia.