September 5: clases de periodismo

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Han pasado 52 años desde que se celebraron los Juegos Olímpicos de Munich 1972, aquellos que siempre quedarán marcados en la memoria colectiva por el ataque que sufrieron once atletas israelíes que fueron tomados como rehenes dentro de la villa olímpica por un grupo de terroristas armados de origen palestino.

Todo el orbe -900 millones de espectadores, según las cifras de ABC- vieron la crisis en vivo y en directo, gracias a que esos juegos fueron de los primeros con la tecnología necesaria para transmitirse en vivo.

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Por supuesto, no es la primera vez que el cine aborda este horrible hecho histórico. Está el documental (ganador del Oscar) One Day in September (Macdonald, 1999), donde se narra paso a paso lo ocurrido aquel día. Está la dramatización de los hechos, interpretada por actores de la talla de William Holden y Franco Nero, en 21 Hours at Munich (Graham, 1976). Está la historia sobre la brutal respuesta de Israel ante el atentado en el intenso thriller Munich (Spielberg, 2005).

Pero nadie había narrado los hechos desde el punto de vista de quienes lo estaban transmitiendo para todo el mundo: los reporteros, camarógrafos y técnicos de la ABC.

Un día en Septiembre

September 5 -el tercer largometraje del cineasta de origen sueco Tim Fehlbaum- es un meticuloso y fascinante thriller que sucede justo en las instalaciones de la ABC durante los juegos olímpicos de Munich 1972. Es de madrugada y el equipo empieza a planear un día de transmisiones más cuando de repente se escuchan detonaciones a lo lejos, pero nada que llame demasiado la atención.

Minutos más tarde los primeros “cables” llegan, en la radio local ya se habla de disparos, incluso de probables muertos. Afortunadamente en el equipo está Marianne (Leonie Benesch, la recuerdan por The Teachers Lounge), reportera de origen alemán que es parte del equipo y que fungirá como traductora.

Entonces inicia el caos, nadie duda que hay que cubrir la nota pero ¿cómo hacerlo? No pasa mucho tiempo para que Geoffrey Mason (genial John Magaro),especie de floor manager de la transmisión, sugiera sacar una de las cámaras del estudio (esas gigantescas y pesadas de la década de los setenta) a una pequeña loma a las afueras del estudio, donde el tiro era preciso no sólo hacia la villa, sino al lugar donde -después sabrían- tenían secuestrados a los atletas.

 

Periodismo en la era análoga

Resulta asombroso ver cuánto ha cambiado la tecnología de los años setentas hasta ahora. Estos periodistas están por hacer historia usando herramientas que parecen de la edad de piedra: teléfonos análogos que tienen que “puentearse” con caimanes para que la voz salga al aire, cámaras cuyas fotos tienen que revelarse previamente, un teletipo que de buenas a primeras lanzaba noticias, ¡mapas impresos en papel! La pieza más sofisticada de tecnología son los radios walkie talkies con los que se comunican con los periodistas en campo.

La improvisación es el nombre del juego: desde puentear un teléfono, sacar una cámara al aire libre, truquear el logo de una transmisión, hasta disfrazar a un técnico de deportista (con todo y su identificación falsa hecha ahí mismo) para que lleve y traiga las cintas con el material grabado.

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La película sucede en su mayoría en el estudio de transmisión, una cueva llena de teléfonos, botones, palancas, monitores, y ventiladores que (por el ruido que provocan) no se pueden encender sino hasta que hay un corte a comerciales. Mason dirige las cámaras como el almirante de un submarino que no deja de dar órdenes: qué cámara entra, qué micrófono se enciende, qué letreros aparecen, si van a corte o si van con una entrevista. Al otro lado de las cámaras, el legendario presentador deportivo, Jim McKay, escuchaba y a la vez narra con gran seriedad lo que estaba sucediendo.

Mientras tanto se tenían que tomar cientos de decisiones. Roone Arledge (Peter Sarsgaard), jefe de toda la operación, se pelea con la directiva de ABC para que le den más tiempo de satélite y para que no le quiten la transmisión: y es que todos los involucrados son periodistas deportivos, quienes usualmente son vistos como periodistas de segunda por sus pares de “Noticias” (con N mayúscula).

Las primeras imágenes de los palestinos, apuntando con rifles a los atletas le daban la vuelta al mundo, y los periodistas de la ABC se hacían más preguntas: ¿qué pasa si matan a alguien?, ¿debemos transmitirlo?, ¿cómo llamar a los hombres con rifle?, algunos sugieren que ‘guerrilleros’, otros que ‘terroristas’. El segundo término se queda, y no se irá jamás del imaginario de los medios.

 

Integridad periodística

September 5 es un extraordinario thriller cuyo tema principal es la integridad periodística y la responsabilidad moral de todos los que usan un micrófono, una cámara o una máquina de escribir (ahora se llaman computadoras) para decir algo. Es la crónica de cómo se hacía periodismo antes, con herramientas arcaicas, con continuas dudas, con la responsabilidad de corroborar una y otra vez las fuentes y las noticias.

El legendario equipo de la ABC, cuya transmisión fue vista por más personas de las que vieron el alunizaje de Armstrong, cometió errores que hoy podrían ser condenables, pero que en ese entonces respondían a un auténtico deseo por contar la historia. Ellos esperaban relatar un desenlace que hiciera justicia a las víctimas, pero el destino se impuso, “nuestros peores miedos se cumplieron”.

Hoy nadie tendría esas dudas, hoy nadie corrobora nada, hoy se dicen mentiras al aire sin mayor problema, hoy vemos sangre en la pantalla todos los días. September 5 es un gran filme sobre la dignidad del oficio periodístico. La cinta debió estar entre las nominadas a Mejor Película, Mejor Edición (Hansjörg Weißbrich), Mejor Fotografía (Markus Förderer) y Mejor Actor, para John Magaro.

La grosera omisión de esta cinta en los Oscars (solo está nominada a Mejor Guión) suena a que la Academia no quiso meterse en controversias políticas. Pero no obstante el clima político actual, September 5 es una cinta fascinante, con gran ritmo y atmósfera, una película relevante sobre la ética y el compromiso que aún debería existir en el periodismo.