Basada en la novela homónima de Susan Scarf Merrel, Shirley, el quinto largometraje de la actriz y directora Josephine Decker desafía toda clasificación. Aunque técnicamente se trata de una biopic, es más bien un fan fiction donde el personaje principal es la escritora Shirley Jackson en una historia llena de pasajes oníricos y simbolismos donde lo que importa no es narrar la vida de la escritora sino deconstruir el proceso creativo y la identidad femenina en la sociedad norteamericana de los años cincuenta.
La bruja que escribía
Puesto así no suena nada atractivo, pero solo falta ver los primeros minutos de esta cinta para al menos otorgar que visualmente estamos en terrenos nada comunes. Y es que la cámara de la noruega Sturla Brandth Grøvlense empeña en exteriorizar con sus hermosas imágenes, sus complicados encuadres, su close-ups, la saturación de colores, su fuera de foco y su cámara al hombro la complicada personalidad de Shirley Jackson, interpretada con lujo de clichés por Elisabeth Moss.
La Shirley de Moss es la definición clásica del autor maldito: insegura, incapaz de salir de su casa, desdeñosa de las multitudes que alaban su trabajo, torturada por el sentimiento de fracaso, bebedora con lapsos depresivos y una personalidad hosca frente a los extraños.
“Soy una bruja” dice en algún momento Shirley, y en efecto, la directora se empeña en mostrarle de esa forma: hiriente en sus comentarios, cínica, desesperada, observadora y con un comentario punzante siempre listo. Shirley no es la mujer típica de los años cincuenta, no cocina ni lava, no se arregla, no le importa su vestimenta, solo le importa la creación, el reto del siguiente libro que no sabe cómo empezar para luego no saber cómo terminarlo.
La cara opuesta
Su esposo, el crítico literario y profesor de un instituto de señoritas, Stanley Hyman (Michael Stuhlbarg), se nos presenta como el polo opuesto: alegre, bailador, dicharachero, cuenta buenos chistes y es muy feliz cuando recibe la admiración de sus jóvenes alumnas. Es casi un fauno, siempre coqueto, que no duda en repartir besos pero que no ceja en la difícil tarea de ser el esposo de una mujer tan complicada como Shirley.
Es él quien invita a Fred Nemser (Logan Lerman) -un joven profesor- para que junto con su esposa Rose (Odessa Young) pasen una temporada en su lúgubre caserón y así dar clases en la universidad, con posibilidad de tener un puesto fijo. Además, Stanley le pide a Rose que de favorcito haga todas las tareas que a su esposa pues nomás no se le da la gana hacer, como limpiar la casa y cocinar.
Rose acepta a regañadientes pero poco a poco se va fascinando con la personalidad de Shirley, con su obsesión creativa, su ruta como escritora, creando un lazo de complicidad que será definitorio para la joven recién casada y en espera de un hijo.
Una feminidad diferente
Shirley es una cinta diseñada para incomodar. Desde el diseño visual, los movimientos de cámara y los encuadres que generan una atmósfera onírica y gótica, llena de flashbacks sobre cosas que tal vez jamás sucedieron, hasta esa obsesión de la cinta por mostrar a sus personajes frente a un espejo, objeto que es a la vez testigo de la transformación de la joven pareja quien llega a la casa sin sospechar que están cayendo en una trampa.
Antes mencioné que el personaje de Shirley era un cliché (¿qué más trillado que la imagen del escritor que al terminar una hoja la arranca de la máquina de escribir para hacerla bolita y tirarla a la basura?), pero el lugar común se torna fascinante gracias a la fantástica actuación de una Elisabeth Moss sin ninguna atadura aparente, que lo mismo refunfuña, que escribe, que acude con desgano a una fiesta para tirar el vino al piso y luego ella misma postrarse en el suelo.
Se trata de una mujer absolutamente inusual, que enarbola una feminidad distinta, complicada, fuera de su época y a la vez brillante, que se proyecta en su obra como prolífica autora (La Maldición de Hill House, La Lotería, El Reloj de Sol, o el libro que está escribiendo, Hangsaman) en un relato sobre lo difícil del proceso creativo y lo complicado de acompañar a una mujer tan desafiante de su época, de su arte y de sí misma.