Casi al inicio de The Father -ópera prima del también guionista Florian Zeller basada en la obra de teatro homónima escrita por él mismo- el octogenario Anthony (misma edad, mismo nombre y misma fecha de nacimiento que el actor que lo interpreta: Anthony Hopkins) recibe en su departamento a su hija Anne (Olivia Coleman) quien (para no variar) va a regañarlo: al parecer el viejo le habló feo a la chica que lo cuida, o más bien cuidaba, porque la muchachita no piensa regresar luego de tan feos tratos.
“¡Me robó mi reloj!”, grita Anthony, “¿Dónde está mi reloj?”. Al final -claro- el reloj aparece, pero en escenas posteriores el reloj volverá a perderse una y otra y otra vez. La metáfora podrá parecer obvia, pero no por ello es menos efectiva: Anthony ya no sabe retener el tiempo, presente y futuro se irán intercalando en su mente mediante elipsis que suceden con la facilidad de un corte de escena.
Confusión compartida
Anne visita a su padre no sólo para saber qué pasó con la cuidadora sino para comunicarle una noticia importante: ha conocido a un hombre y se irá a vivir con él a Francia. “¿Para qué?, si allá ni hablan inglés”, responde Anthony con una lógica irrefutable.
Enfrascado en su monólogo, la cámara de Ben Smithard va siguiendo al viejo mientras que, luego de un corte de toma (cortesía del hábil Yorgos Lamprinos), Anthony voltea y su hija ya no es Olivia Coleman, ahora es la actriz Olivia Williams, y tampoco se irá a París, de hecho, al parecer ya no es el mismo departamento del inicio, y además hay un hombre, bastante pedante, que dice ser su marido.
¿Qué está pasando? Podemos suponerlo si leímos la sinopsis de la cinta o vimos el tráiler: Anthony empieza a sufrir un tipo de demencia, o Alzheimer tal vez. El escenario está puesto como para un melodrama manipulador, pero eso no le interesa a Zeller. En The Father no somos un testigo pasivo de la condición de Anthony, sino que gracias a un hábil juego de edición y encuadre, padecemos igual que él de esta confusión temporal y sentimental del personaje.
¿Quién es su verdadera hija, Coleman o Williams?, ¿quién es el verdadero esposo, Mark Gatiis o Rufus Sewell?, ¿este es su departamento es otro lugar?, ¿los cuadros son los mismos?, ¿es el pasado o el futuro?, y de nuevo, ¿dónde está su reloj?
No es «teatro filmado»
La estructura que propone Zeller no es la del simple “teatro filmado”, aquí la edición y la cámara juegan un papel central para contagiar el desamparo emocional, mental, espacial que sufre el protagonista.
Se trata de un notable ejercicio fílmico que, no obstante, perdería efectividad a no ser por el arma secreta de esta película: la arrebatadora actuación de un Anthony Hopkins quien desde los primeros minutos despliega un impresionante arsenal de recursos para encarnar a esta personaje que lo mismo pasa de la ternura a la confusión, del asombro a la tristeza, de la melancolía a tozudez.
Un personaje que un minuto es adorable, al otro es un viejo rabo verde y al siguiente es un violento patán o un niño que extraña a su mamá.
Sin melodrama
Si bien The Father trata sobre cómo es vivir con alguien con demencia, y sobre cómo es vivir con demencia, el gran acierto es que ambas cosas las hace sin melodrama y sin apelar al sentimentalismo facilón.
Por supuesto, es imposible salir inmune de esta incómoda cinta, ya sea por el recuerdo de nuestros padres, ya sea por el futuro de los mismos, ya sea simplemente porque el soberbio Anthony Hopkins nos desarma con su actuación más poderosa desde el Silencio de los Inocentes.