Yūrei: la nostalgia como motor de vida

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Probablemente nadie en la cultura pop lo definió mejor que Don Draper (Jon Hamm) en la serie Mad Men (2007 – 2005): la nostalgia es esa fuerza poderosa que nos hace volver a un lugar que anhelamos, más potente que la memoria misma, es esa herida que se niega a sanar.

Muy al inicio de la ópera prima de la realizadora mexicana Sumie García Hirata, Yūrei (Fantasmas) (México, 2023), una voz en off lo reconoce: vivimos de la nostalgia.  La confesión viene de uno de los tantos descendientes de los japoneses que arribaron hace más de un siglo a nuestro país. 

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Y es que a Japón y México los une algo más que un océano. En 1897 un puñado de japoneses inmigrantes llegaron al área del soconusco en Chiapas con la intención de fundar la “Colonia Enomoto”, un proyecto colonizador que a la postre fracasó (la siembra de cafeto nunca se dio en esas tierras), pero fue exitosa en el mestizaje: aquellos japoneses tuvieron descendencia en México.

Se les llama “Nikkei” a los hijos y nietos de aquellos japoneses cuya incursión en nuestro país inició en aquellas épocas y siguió hasta la actualidad.

Como bien lo menciona aquella voz en off anónima, la nostalgia mueve a la comunidad Nikkei, “es algo que se hereda y se construye”. No obstante, hay el reconocimiento de que romantizar esas historias resulta también peligroso.

Siempre con rigurosa voz en off, mujeres y hombres narran sus historias, las de sus abuelos y bisabuelos, que no son sino la añoranza por un tiempo que no vivieron pero en el cual están presentes sus orígenes, sus raíces, su historia.

Dividido en seis capítulos, Yūrei muestra los matices de esas memorias. Una comunidad cafetalera en Chiapas que no se siente japonesa pero tampoco mexicana, una zona en Ensenada donde los pescadores y buzos japoneses literalmente “importaron” mujeres producto de matrimonios arreglados, la famosa Hacienda de Temixco que antes de volverse popular balneario fue -tal cual- un campo de concentración para nipones sospechosos de espionaje en la Segunda Guerra Mundial.

Lo dicho, la nostalgia no debe jugarnos trampas: no todo el pasado tuvo matiz hermoso, pero no por ello merece olvido.

La nostalgia y los símbolos conectan a estas comunidades, pero la preocupación persistente es sobre la identidad. ¿Hasta cuándo los símbolos serán suficientes para mantener un sentido de identidad que una a los Nikkei?

En efecto, este documental es sobre fantasmas, personas que ya no están con nosotros pero que su legado (bueno o malo) sigue vivo. La crónica de estas historias se presenta sin que sepamos quien las cuenta, una decisión estética -casi poética- que abre la puerta a que la imagen se apodere por momentos de la narrativa. La estupenda cámara a cargo de Rodrigo Sandoval captura los espacios donde viven los Nikkei, así como sus danzas y cantos, último reducto de una cultura que se aferra a los recuerdos.

Más que una máquina del tiempo, Yūrei es una máquina de empatía, una sentida crónica sobre un presente que sigue en búsqueda por entender su pasado, y una lucha incesante para que estas historias no se olviden en el futuro.